(Apareyaṁ)
itastvanyāṁ
prakṛtiṁ viddhi
me parāṁ,
¡jīvabhūtāṁ
mahābāho!
yayedaṁ dhāryate
jagat (Gītā 7,5).
“¡Oh! ¡Gran guerrero! Reconoce que mi naturaleza consciente
trascendental, la cual se convierte en el Ser individual, y sostiene este
universo, es diferente de mi naturaleza inerte, subordinada, inferior.”
En la estrofa anterior, el Señor Supremo, la fuente de
Dicha, hizo de Arjuna un instrumento y le instruyó acerca de Su naturaleza
subordinada; ahora le instruye acerca de Su naturaleza trascendental. Esta
naturaleza trascendental es el Ser individual, que es la naturaleza real del
Señor, libre de atributos y desprovisto de cualquier proyección de cualidades.
Lo mismo se dice en otras partes de la Gītā:
Svabhāvo ’dhyātma-mucyate (8,3), “La
naturaleza esencial suprema se llama el Ser”.
¡Ahamātmā guḍākeśa!
Sarvabhūtāśayasthitaḥ (10,20). “¡Oh
Arjuna! Yo soy el Ser que está sentado en el corazón de todas las criaturas”.
En la tercera referencia a la naturaleza trascendental
esencial del Ser individual, la palabra compuesta Svabhāvaḥ se interpreta como un compuesto apositivo de svaḥ (Ser) y bhāvaḥ, “Estado de ser”, más que como un genitivo compuesto que
significaría: Svasya bhāvaḥ svabhāvaḥ,
meramente “La naturaleza propia de uno”, porque este último connota una
condición inferior al “Ser”. La misma interpretación aparece en el Pūrvamīmānsā, la investigación lógica
sobre la primera porción del veda, un texto encontrado en el Niṣadā-sthapati-adhikaraṇaṁ (el
argumento completo consta de cinco partes). En este texto, haciendo referencia
a “lo más alto y lo más bajo”, se dice que el imperecedero, más alto Brahman,
ha entrado al cuerpo y está siendo experimentando como el Ser interior. Tatsṛṣṭvā tadevānuprāviśat (Taittirīya Upaniṣad 2.6), “Al crear eso,
ese mismo entró en eso”. Por lo tanto, el estado consciente e interior del
individuo como Ser, es el mismo Brahman Supremo, y no “relacionado” con
Brahman. Relación implica diferencia, pero el individuo como Ser no puede ser
diferenciado del Brahman supremo y no es otra cosa más que Brahman. Entonces el
Señor no es más que la naturaleza trascendental consciente. De hecho, es el
estado real de ser sin ninguna sobreimposición. De esta manera, permanece
establecido en el pensamiento de que “la masa de conciencia, el principio del
Ser que reside dentro de los corazones de todas las criaturas como ser
interior, es Yo, Vāsudeva, el Ser superior”.
La Chāndogya
Upaniṣad proclama Tattvamasi
(6,8,7), “Tu eres eso”. En la Bṛhadāraṇyaka
Upaniṣad se dice Ahaṁ brahmāsmi
(1,4,10), “Yo Soy Brahman”, y Ayamātmā brahma
(2,5,19), “Este Ser es Brahman”. Nuevamente en la Aitareya Upaniṣad se dice Prajñānaṁ
brahma (5,3), “El Conocedor del Campo-Inteligencia Suprema es Brahman”.
Todos estos grandes enunciados en las shrutis
describen al ser consciente como la unidad indivisible que es Brahman.
En Una narración
de Puranjan, una historia en la cuarta sección del Bhāgawat, el Señor del mismo universo instruye a un individuo conocido
en una vida previa como Puranjan, acerca de la no diferencia entre el Ser
Supremo y el individual:
Māyā hyeṣā mayā
sṛṣṭā, yatpumāṅsaṁ striyaṁ satīṁ,
manyase nobhayaṁ
yadvai, haṅsau paśyāvayorgatiṁ.
Ahaṁ bhavan na
cānyastwaṁ, ¡tvamevāhaṁ vicakṣva bhoḥ!,
na nau paśyanti
kavayaḥ, chidraṁ jātu manāgapi.
Yathā puruṣa
ātmānam-ekamādarśa-cakṣuṣoḥ,
dvidhā-bhūta-mavekṣeta,
tathaivāntara-māvayoḥ.
Evaṁ sa mānaso
haṁso, haṁsena prati-bodhitaḥ” (4,28,61-62-63-64).
En la vida anterior, porque estabas apegado a una
mujer y no podías dejar de pensar en ella, te hiciste llamar Puranjan, esposo
de puranjani. Ahora en esta vida,
piensas en ti como la reina de Malayadhvaja. Pero ambas son ilusiones creadas
por Mí, que solo parecen ser eso. En la realidad tú no eres ni un hombre ni una
mujer; ambos somos cisnes, hamsa (hamsa significa “cisne” y también “Yo
soy Eso”).
Reconoce nuestra verdadera naturaleza. ¡Oh amigo! Lo
que Yo soy como el Señor tú lo eres como Ser individual. Tú no eres diferente
de Mí. Lo que tú eres, yo soy. Ten certeza de este estado de no diferenciación.
El sabio no ve en ningún momento ni una pizca de diferencia entre nosotros,
entre la naturaleza esencial y perfecta del Señor, y la del individuo que no es
diferente de Brahman. No hay diferencia real entre el estado del ser individual
y el del Señor. Hay solo una diferencia ilusoria, imaginada debido a los
atributos del alma individual y del alma Universal, que son como el espacio
dentro de un tarro y el espacio en el universo. El señor esclarece esto con un
ejemplo: “Tal como un hombre aparece de manera diferente ante un espejo y ante
los ojos de alguien, en un espejo aparece claramente mientras que ante los ojos
de alguien parece no nítido y pequeño; la diferencia entre nosotros dos se da solo
a causa de atributos, y en realidad es no existente”. En el espejo, bajo el
atributo de la conciencia pura de maya,
el estado del Señor aparece claramente, pero bajo la mirada del instrumento
interior impuro (mente, intelecto, ego, memoria), el estado del Ser individual
aparece no nítido y pequeño. De esta manera, el Señor, en la forma de cisne,
instruye al Ser Individual también en forma de cisne, en el lago Mānasa
(referencia al individuo con atributos de mana o mente) acerca de la verdadera
naturaleza no diferente del Ser individual.
En un discurso silencioso, el Señor de Kailāsa, el gran
Señor Shankara, imparte la misma enseñanza acerca de la no diferenciación entre
la naturaleza interior y Brahman, a los antiguos sabios que vienen a adquirir
conocimiento del Ser. Hay un famoso verso sobre esto. Un santo, que es devoto
de Shiva, dice:
“En la cima del Monte Kailāsa, bajo un árbol baniano,
vi una maravillosa escena: los discípulos sentados escuchando las enseñanzas
eran sabios mayores, mientras que el joven guru Señor Dakṣiṇāmūrti Shiva se
encontraba frente a ellos, sentado sobre la piel de un león. El discurso del guru
era dado en silencio, y mientras escuchaban, los discípulos se liberaban de sus
dudas y entraban en el estado de samadhi
(conciencia de igualdad)”.
Pregunta: ¿Qué es este discurso silencioso? No puede
darse una clase en silencio; dar una clase rompe el silencio. Los dos se
excluyen mutuamente. Es como si alguien dijera “No tengo lengua, no puedo
hablar” o “Mi padre fue célibe desde la infancia. Nunca se casó”. La gente se
ríe de estos comentarios, responden: “Si no tienes lengua, ¿cómo puedes decir
esto? Si tu padre es célibe, ¿de dónde vienes tú, mentiroso?”. Entonces, ¿cómo
puede un discurso ser silencioso?
Respuesta: el Señor Shiva literalmente dio un discurso
silencioso, y a través del mismo, los discípulos comprendieron la unicidad de
Brahman. Un discurso puede darse sin hablar, y en este caso no se ha quebrado
el silencio del Señor. Aun así, su discurso tomó lugar y sus discípulos
comprendieron a Brahman. Su discurso fue su mano levantada en un auspicioso
gesto de bendición, el bhadrāmudrā.
Tal como un gesto de la mano puede explicar algo sin decir una palabra, el
Señor Shankara, a través de su bhadrāmudrā,
instruyó a sus discípulos acerca de la renuncia del mundo de las tres
cualidades (sattva, pureza; rajas, actividad; tamas, inactividad) y en la no diferenciación entre el individuo y
el Señor. En el Dakṣiṇāmūrti Stotra el
venerado Shankaracharya dice:
“Al Uno, que continua residiendo en estados que se
excluyen mutuamente, como la vigilia, el sueño y el sueño profundo; estados
como la infancia y la vejez; al Uno que es testigo de estos estados que vienen
y van, transformándose de uno a otro; al Uno que permanece siempre como el Ser,
omnipresente, incambiable, y uno; al Uno que permanece brillando en la cueva
del intelecto o en la cueva de cinco fundas en la experiencia del “Yo” o del
“Yo Soy”; al Uno que a través de su bendición de bhadrāmudrā revela la no diferenciación perfecta del Ser con
Brahman; a esos devotos, que adoran con fe y enfoque; a ese Uno, el Señor Shiva
en la forma del venerado Guru Dakṣiṇāmūrti, ofrezco mis salutaciones llenas de
confianza y devoción”.
En resumen, las upaniṣads,
la Gītā y todas las escrituras,
enseñan que “Brahman es la verdad, este mundo es ilusión, y el individuo es en
verdad Brahman”. Esta es la esencia de millones de tratados. El venerado Shankaracharya
dice también:
“Puedo decir brevemente, en medio verso, lo que es
dicho detalladamente en millones de tratados. Solo Brahman es la verdad, la
verdad más alta, inafectada por el pasado, presente o futuro; este mundo de
nombres y formas es una ilusión, no es verdad. Y el Ser individual es en verdad
Brahman y nada más que Brahman”.
El Señor Shiva imparte su enseñanza esencial, breve, a
sus discípulos, por medio de su mano bendiciendo en bhadrāmudrā. Hay cinco dedos en la mano: se les llama pulgar,
índice, medio, anular y meñique. En la mano, el pulgar está de un lado y los
otros cuatro del otro lado. Cuando una mano agarra algo como un libro, el
pulgar permanece de un lado y los otros están juntos del otro lado. El pulgar
simboliza a Dios. De un lado está Dios, y del otro el mundo. Un gesto con el
pulgar hacia abajo significa falla o insolvencia. De manera similar, cuando uno
ve al Señor, que es como el pulgar, es el mundo que ha fallado, que es
insolvente. Por esto, en el Ramācarita
Mānas se dice:
Jihi jāne jaga
jāya herāī, jāgata yathā svapna bhrama jāī.
“Cuando se conoce a Dios, todo lo demás desaparece,
como la ilusión del sueño desaparece al despertar”.
Al lado del pulgar está el dedo índice, que simboliza
el ser individual. Señalamos con el índice a una persona débil mostrando
orgullo: “¿Recuerdas quién soy? ¡Cállate! Yo soy el experto. ¿Quién puede hacer
algo tan bien como yo?”. La vida mundana está llena de orgullo, presunción y
emoción; día y noche estos sentimientos surgen y absorben al individuo. Los
restantes tres dedos son, el del medio, el anular y el pequeño, que simbolizan
los tres guṇas (cualidades). El más
corto, el meñique, indica sattvaguṇa.
En este mundo sattvaguṇa aparece solo
brevemente, en apenas una persona entre miles. El dedo anular, que es un poco
más largo que el pequeño, indica rajoguṇa.
En estos tiempos se ve un exceso de rajoguṇa
en el mundo. En el mercado, teatros y cines, moda y maquillaje, en todos lados solo
se ve rajoguṇa. Todas las personas,
ya sean jóvenes o adultos, están ocupadas en remodelar sus cuerpos, hechos de
polvo, como si no pudieran pensar en nada más. Cada día pasan tiempo
limpiándose, afeitándose. Como se pintan las paredes, los rostros se pintan
tres veces al día con maquillajes de última moda. Los hombres se ocupan de
arreglar su cabello. ¿Y los niños y niñas? Se ocupan de cantar vulgares
canciones de películas. Para ellos, las profundas declaraciones de los vedas y
de la Gītā suenan como tonterías.
Todo esto es un agresivo exceso de rajoguṇa.
El dedo del medio, el tercero, más largo, simboliza tamoguṇa. Al igual que rajoguṇa, tamoguṇa ha aflorado de manera excesiva. Obsesiones, celos, odio,
hostilidad, pelea, discusiones, agresión, maltrato. Todas estas son formas de tamoguṇa.
De esta manera los tres dedos indican el mundo
conformado por los tres guṇas. El ser
individual está apegado al mundo y a los guṇas
desde tiempos antiguos. Por eso el Señor advierte a Arjuna:
¡Nistrai-guṇyo
bhavārjuna! (Gītā 2,45).
“¡Oh Arjuna! Libérate de estos tres guṇas. Supéralos uno a uno. Primero, por
medio de buenos hábitos, renuncia a tamoguṇa.
Luego con la ayuda de sattvaguṇa deja
a rajoguṇa. Finalmente, con el
conocimiento del Ser, supera incluso a sattvaguṇa”.
Al conceder el bhadrāmudrā,
el Señor Sadashiva advierte a sus discípulos cómo renunciar a los tres guṇas. Mientras que el individuo no
renuncie al ego y al apego del mundo de los tres guṇas, ni se inclinará hacia Dios ni le amará. Cuando una persona
corta la relación con el mundo sin valor de los tres guṇas, por medio del discernimiento y la contemplación, al instante
se vuelve Uno con el Ser Supremo. El discurso silencioso del Señor Shankara, bhadrāmudrā, enseña a los fieles devotos
maharshis lo mismo: que el mundo de los
tres guṇas es ilusorio; que nace de
la ignorancia; que deberían renunciar a este y conectarse con el Ser Universal
del cual el alma individual no es diferente. El tocar el dedo índice con el
pulgar sugiere que solo cuando el índice se aparta de los otros tres dedos,
puede contactar el pulgar. Este es el bhadrāmudrā.
En el Bhāgawat
se dice:
Vidyā-kāmastu
Giriśaṁ yajet, (2,3,7)
Yatpāda-padmaṁ
mahatāṁ manolibhiḥ,
niṣevitaṁ
Brahma-rasā-savārthibhiḥ (4,4,15).
“Aquel que desea el conocimiento de Brahman debería
adorar al Señor Shiva. El enjambre de mariposas, en la forma de las mentes de
grandes sabios sedientos por beber el embriagador néctar dichoso de la unidad
eterna de Brahman, que viene con el conocimiento de Brahman, adora
incesantemente los pies de loto del Señor Mahadeva”.
En la última parte del verso 5 de la Gītā dice Yayedaṁ dhāryate jagat.
El Señor indica la naturaleza elevada de la esencia
trascendental del alma individual. Esa esencia, en forma del conocedor del campo,
se esparce en el universo entero y le da valor a los nombres y a las formas. La
shruti, en este caso la Chāndogya Upaniṣad, dice además Anena jīvenātmanā ’nupraviśya nāmarūpe
vyākaravāṇi (6,3,2). El Señor pensó,
“Habiendo creado todos estos cuerpos inertes, que se
me permita entrar en ellos en la forma de almas individuales para que pueda
definir los nombres y las formas no definidas”.
Por lo tanto, mi naturaleza trascendental es un
instrumento que soporta las criaturas del mundo entero. Sin el alma individual,
la multitud de cuerpos inertes no puede obtener los prāṇas o fuerzas vitales. De aquí que Yo, el alma individual, se
convierte en naturaleza trascendental y sostiene el universo.
Así como Yo Soy existencia, conciencia y dicha, un
alma individual también es existencia, conciencia y dicha. Por eso en esencia
nosotros dos no somos diferentes.
Todos los individuos experimentan su propia naturaleza
indestructible, nadie lo puede negar. Si le preguntas a un niño pequeño “¿Qué
eres?”, te responderá “Yo Soy”. Nunca te dirá “No soy”. Nadie experimenta la no
existencia. Algunos años después, si le preguntas al mismo niño, “¿Qué eres
tú?, puede confundir su existencia ordinaria con su existencia especial,
señalando su cuerpo, diciendo “Yo soy esto”, pero este entendimiento incorrecto
se debe a la ilusión de la ignorancia. La opinión del instruido es:
Sarvaṁ jñānaṁ
dharmiṇya-bhrāntaṁ prakāre tu viparyayaḥ,
“Todo conocimiento se vuelve ilusión cuando sus puntos
esenciales son malinterpretados”. Si uno señala una perla y dice “esto es
plata”, entonces “esto” es correcto, pero la cualidad “plata” es de
entendimiento incorrecto.
Por lo tanto, palabras como “Yo” y “no soy”, o “Yo” y
“perecedero”, no pueden ir juntas. “Perecedero” implica desaparición. Un ser
humano inteligente que experimenta el “Yo” nunca puede decir “No puedo verme
porque soy perecedero”. Si alguien dice, “estuve muy enfermo; fui al hospital y
fallecí”, te reirás y le tomarás como lunático. Dirás, “Si estás muerto,¿ entonces
quién está hablando?”. Nadie nunca es testigo de su propia muerte. Un cuerpo
puede morir, pero la verdadera naturaleza nunca muere. Es por esto que el Señor
dice en la Gītā,
Avināśi tu
tadviddhi (2,17),
“¡Oh, Arjuna! Reconoce que el principio del Ser es
indestructible”.
Nityaḥ
sarvagataḥ sthāṇuḥ (2,24),
“Es todo-dominante y estable”.
Na jāyate mṛyate
vā kadācit (2,20),
“Nunca nace y nunca muere”.
Ajo nityaḥ
śāśvato ’yaṁ purāṇo, na hanyate hanyamāne śarīre (2,20),
“Esta alma es antigua, sin nacimiento, duradera por
siempre, eterna. Aun cuando el cuerpo perece, Ese no perece. De esta manera, el
alma existe eternamente, nunca se destruye”. Como el Señor, el alma es
realidad, no es afectada por el tiempo, es la verdad más elevada, la existencia
misma.
Esto quiere decir que el alma individual no es inerte,
sino consciente: consciente de sí. Ninguna criatura se considera inerte, ni
desea ser considerada así. Si te burlas de alguien diciéndole “eres inerte”, lo
hieres. Todas las personas se consideran observadores, oyentes, pensadoras y
conocedoras. Decimos, “Yo veo, escucho, pienso y conozco”. Todas estas
experiencias indican la conciencia del alma. Los objetos inertes no tienen esta
experiencia.
Es más: el alma individual es dichosa. Es por esto que
todos los individuos deseamos permanecer felices y ninguno quiere ser
miserable. La dicha pura es la naturaleza real del alma, más allá de todas las
sobreimposiciones. La miseria es meramente imaginaria y sobreimpuesta, mientras
que la dicha es nuestra verdadera naturaleza. Debido a las sobreimposiciones,
una cosa parece ser otra. El vidrio es claro pero aparece rojo en presencia de
una rosa roja. El color rojo pertenece a la rosa, no al vidrio; pero debido a
la proximidad, la rosa superpone su color rojo sobre el vidrio y cubre su
claridad. Por lo tanto, el rojo que se vislumbra en el vidrio es una
sobreimposición innatural sobre la claridad natural del vidrio. De manera
similar, la tristeza es un aspecto de la mente, no del alma; pero debido a la
proximidad de la mente, la tristeza aparece en el alma y cubre su dicha. La
dicha, entonces, es la verdadera naturaleza del alma, mientras que la tristeza es
sobreimpuesta, afectada, innatural. Por lo tanto, donde sea que veas
sobreimposición, es posible hacer preguntas acerca de eso y contestarlas. Por
ejemplo, en los Himalayas, cerca del templo Badrinarayana, ves manantiales y
piletas de agua caliente e inmediatamente le preguntas a los sacerdotes: “¿Cómo
puede ser que en este país tan frio, el agua esté tan caliente que hasta poner
una mano resulte peligroso?”. En los Himalayas, es realmente extraño que de un
lado haya agua extremadamente caliente, mientras que del otro lado, las aguas
del Anakananda Ganges sean extremadamente frías, ambas, casi molestamente
intocables. El sacerdote responde: “Las minas de azufre en el área deben hervir
el agua”. El agua naturalmente es fría pero el calor se le sobreimpone. Así
como puede generarse una pregunta acerca del calor sobreimpuesto, para la cual
existe una respuesta, uno nunca cuestiona la frialdad del agua, “¿Por qué el
agua está fría?”, ni tampoco puede responderse eso. Se dice que:
Śaityaṁ hi yatsā
prakṛtir-jalasya,
“La frialdad es la naturaleza del agua”.
De manera similar, si un hombre está llorando
inmediatamente le preguntas “¿Por qué estás triste?”. Por supuesto, el hombre
tiene una respuesta: “Mi esposa falleció”, o “Me han robado mi fortuna”. Pero
si ves a un hombre con el rostro tan alegre como un loto en flor, no le
preguntas “¿Por qué estás feliz?”. Si lo haces te replica “¿Por qué preguntas?
¿Estás celoso? ¿No puedes soportar mi felicidad?”. De la misma forma, una
persona inteligente nunca hace una pregunta que pueda ser rechazada fácilmente;
esa pregunta ni puede responderse. Solo pueden hacerse preguntas acerca de la tristeza
y del calor sobreimpuesto. Nunca son apropiadas las preguntas y respuestas
acerca de la felicidad y del frío. Entonces la dicha es la naturaleza del alma
individual, y la tristeza un atributo sobreimpuesto. Un atributo sobreimpuesto
puede ver cómo desaparece lentamente. Como el calor del agua se disipa y
aparece la frescura natural, la pena que sigue a la pérdida no permanece para
siempre, lentamente se desvanece. El mismo individuo infeliz que llorisquea y
golpea su pecho, comienza a reír por sí mismo al cabo de unos días y
experimenta felicidad. Esto da la certeza de que la dicha es el estado natural
inafectado del alma.
Si la pena estuviera en la naturaleza del alma se
experimentaría en el sueño y en el samādhi.
Pero aun una persona afligida físicamente e infeliz, no experimenta ni dolor
físico ni pena durante el sueño, solo felicidad. Un paciente, al despertar,
dice “Dormí dichosamente. No sentí dolor”. Tampoco hay pena en el samādhi. Solo hay felicidad. Si hubiera
algo de pena, nadie desearía alcanzarlo ni por un momento. En el samādhi hay dicha autentica, perfecta,
pura, suprema e inexplicable.
Las upaniṣads establecen que
Samādhi-nirdhūta-malasya
cetaso,
niveśitasyātmani
yatsukhaṁ bhavet,
na śakyate
varṇayituṁ girā tadā,
svayaṁ
tadantaḥ-karaṇena gṛhyate.
“Cuando la mente, a través de prácticas como el
estudio y el desapego, se deshace de tendencias que la deprimen, como el deseo
y los celos, está en paz, se torna unidireccional, y tan absorta en la dicha
pura y perfecta del Ser que la experiencia es indescriptible. Entonces el
instrumento interior mismo (que consiste en la mente, el intelecto, el ego y
los cinco sentidos de la percepción) continúa experimentando la dicha”.
Pregunta: Si hay alegría en el Ser y no hay alegría en
ningún otro objeto, ¿por qué todos abandonan el Ser y encuentran la diversión
en los objetos sensoriales externos? ¿Por qué tendemos a tomar los objetos como
fuente de alegría? La alegría parece estar en estos objetos también. Si no
hubiera alegría en esos objetos, nadie los desearía o anhelaría.
Respuesta: En realidad no hay alegría en los objetos
externos. La alegría existe en el solo Ser. Este hecho está establecido en las
escrituras y es experimentado por eruditos y filósofos. Aun así, está la
ilusión de la alegría del Ser en los objetos sensoriales externos, y de ahí surge
esta apariencia. Pero la gente, en verdad, no encuentra alegría ahí. Si
realmente existiera, la encontrarían. Como no existe allí, no puede ser
encontrada. La gente ilusa trata de encontrar la alegría a través de los
objetos sensoriales, pero a cambio de alegría, encuentran enfermedades,
aflicción y agitación, lo cual solo causa pena. Por eso, el Señor Srikrishna
dice en la Gītā:
Ye hi
saṁsparśajā bhogā duḥkha-yonaya eva te,
¡ādyanta-vantaḥ kaunteya! Na teṣu ramate budhaḥ (5/22).
“Aunque todos los placeres que afloran del contacto
con los objetos sensoriales parecen hacer felices a las personas sensuales e
ilusas, si dudas, estos placeres mismos causan pena, no felicidad. Todos estos
placeres tienen comienzo y final. Esto quiere decir que dependen de la dualidad
unión-separación; son momentáneos. En otras palabras, aunque crean la ilusión
de felicidad en algún momento, al próximo esa ilusión queda destruida. Por lo
tanto, oh Arjuna, las personas inteligentes que disciernen no juegan con estos
placeres sensuales. No tienen amor por estos”.
En el Viṣnu
Purāṇa también se dice:
“Cada porción de amor y apego que desarrollamos por
objetos externos como riqueza, niños o sexo, el cual es incrementado con cada
contacto mental con los objetos sensoriales que probamos, se torna un clavo de
aflicción metido en nuestro corazón”.
Ver felicidad en los objetos sensoriales o en mujeres,
niños, y riquezas es tan ilusorio como ver agua en un espejismo, que no puede
obtenerse ni siquiera después de un gran esfuerzo.
Una reina se bañaba en una terraza abierta de su
palacio y había puesto su caro collar de diamantes a un lado. Un halcón volaba
por allí, vio el costoso y brillante collar y pensó que era comida. Volando en
picada lo tomó y se alejó. Después de haber volado una gran distancia, el
halcón llegó a un lago, encontró un árbol y se posó en la rama más alta. Trató
de picotear los diamantes, pero no eran suaves y jugosos como la fruta.
Disgustado tras el vano esfuerzo, el pájaro dejó el collar colgado de la rama y
se fue.
Un reflejo de aquel hermoso collar se vislumbraba en
el agua clara del lago. Un viajero vio el reflejo, quedó maravillado.
Rápidamente se desvistió y saltó al agua, donde había visto el collar. Sin
embargo, luego de buscarlo en el agua por un largo tiempo, no pudo encontrarlo.
Decepcionado, volvió a la orilla. Nuevamente vio el collar en el agua clara, y
volvió a saltar y buscarlo otro rato. Aun así no pudo encontrarlo después de
gran esfuerzo. Así que salió nuevamente. Una vez más podía ver el collar;
pensó, “¿Qué es esto? El collar es visible pero no puedo agarrarlo”.
Repetidamente hizo esfuerzos para poseer el collar pero no pudo lograrlo.
Frustrado, se fue.
Otro viajero llegó al lago, vio el collar y se lanzó
al agua para agarrarlo; pero sus esfuerzos también fueron en vano. Dijo “Lo
puedo ver pero no puedo agarrarlo”, y también se marchó del lago.
Había un viajero muy inteligente, que mantenía buena
compañía y había escuchado una y otra vez a través de diferentes personas la
historia del collar que era visible pero no accesible. Fue al lago. Lo miró
cuidadosamente. Después de contemplar un poco se dio cuenta de que el collar en
el lago era solo un reflejo, una ilusión, y quiso descubrir la verdadera causa
del reflejo. Entonces, en lugar de mirar hacia abajo, como habían hecho los
demás viajeros, miró para arriba. Allí en el árbol vislumbró el encantador
collar, brillante, original. Montando hacia la rama más alta, pudo recuperarlo.
Esta historia ilustra una premisa básica. El collar
representa la dicha pura del Ser. Cuando las olas de la mente se encuentran
tranquilas y yendo hacia una sola dirección, la mente percibe la dicha
reflejada en los objetos sensuales externos. Las personas ignorantes intentan
obtener la dicha de los objetos sensoriales, pero fallan debido a que estos no
la tienen, meramente la reflejan. Solo hay ilusiones momentáneas de dicha. Así
como el agua turbulenta y lodosa no permite los reflejos, cuando las olas de la
mente están turbias y temblorosas, la dicha ni siquiera se refleja en los
objetos sensoriales.
El divino guru del mundo, Sri Shankaracharya, en su
comentario de la Gītā, oportunamente
dice:
Na saṁsāre
sukhasya gandha-mātra-mapyastīti buddhvā viṣaya-mṛga-tṛṣṇikāyā indriyāṇi
nivartayet (5,22).
“En el mundo sensorial no existe ni siquiera un rastro
de felicidad pura, estable, verdadera. Ten certeza de esto a través del
discernimiento y retira los sentidos del espejismo de los placeres sensuales.
No te apegues a ellos”.
Solo el Señor, quien es el Ser interior y la raíz
fundamental, es verdaderamente eterno, perfecto y dichoso. Con esta convicción,
todos nuestros pensamientos deberían fluir en concentrada contemplación hacia
el Ser Supremo. El gozo en los objetos externos sensoriales, tal como una
esposa amorosa, niños, y dinero, parece ser visible debido a la ilusión; pero
no puede ser encontrado allí, incluso después de buscarlo. Es por esto que el
Señor llama a estos objetos, fuentes de pena, no de felicidad.
Pregunta: Si no hay dicha en los objetos externos,
¿Por qué hay, no algunos, sino millones de persones persiguiéndolos?
Respuesta: Debido al engaño. En un desierto no hay
agua, pero debido al engaño, los ciervos ven agua allí. Corren tras el agua
visible aunque no existente, no la obtienen y se frustran. Es la misma
situación.
¿Qué importa cuánta prosperidad y riqueza tenga uno?
¿Qué importa cuántos objetos agradables tenga a su alcance? Hasta que haya paz
en la mente, la dicha no puede obtenerse de ninguna cosa externa. La Gītā cuestiona,
Ashāntasya kutaḥ
sukhaṁ (2,66).
“¿Dónde puede encontrar felicidad un hombre que no
tiene paz?”. No está disponible en ningún otro lado.
Un próspero hombre de negocios, que vivía en una
ciudad pujante, manejaba hacia su mansión en su auto de lujo. Al escuchar la
bocina, sus sirvientes salieron corriendo y con gran respeto lo ayudaron a
salir de su auto. Cuando vio su hermoso y costoso auto, su lujosa casa
decorada, y dentro, su hermosa y amada esposa vestida elegantemente y adornada
con joyas, y sus queridos y tiernos niños usando ropa encantadora de última
moda juvenil, se sintió muy complacido. Tenía la certeza de que efectivamente
el gozo provenía de su esposa, niños y riqueza.
Pronto, fue la hora de cenar. El chef apareció
anunciando que la cena estaba servida. Con el permiso de la pareja, sirvió
sobre la enorme mesa, varias fuentes de sabrosas exquisiteces. La familia
comenzó su cena. Nuevamente, el hombre de negocios estaba seguro de que el
arroz basmati especiado, los puran polis
y el patra era lo que le brindaba
placer verdadero. Mientras comían, su conversación estaba llena de risas,
jolgorio y diversión.
De repente, sonó el teléfono. Desde la mesa, el hombre
de negocios levantó el receptor cerca suyo. Mientras escuchaba parecía
entumecido, como si le hubiera caído un rayo. Su rostro se puso pálido, como si
hubiera terminado de beber aceite de ricino. Se había enterado de que los
precios de la plata y del algodón habían caído repentinamente, y como
consecuencia había perdido millones de rupias. Ahora, la deliciosa cena, que
hacía un momento había sido muy deleitable, había perdido todo su jugo y era
apetitosa como el lodo. Había perdido su apetito. Dijo que le dolía la panza,
se retiró de la mesa, se fue y desplomó en una silla. Ahora, la risa, la
diversión y el jolgorio se habían acabado y su mente deambulaba inquieta. Su
mansión aún estaba allí y también su esposa e hijos, sus hermosas vestimentas y
adornos de perlas y diamantes, aunque ahora nada le complacía. Estaba lleno de
consternación y preocupación, “¿Qué sucederá ahora? ¿Perderé la casa? ¿Perderé
los diamantes y las perlas?”. Su mente, que nunca se acordaba de Dios, ni por error,
murmuraba discretamente, “¡Mi Señor! ¡Ten piedad de los pobres! Ahora mi
dignidad está en tus manos”.
Luego, era de noche. El hombre rico yacía en su cama
aterciopelada. Pero el suave terciopelo le era incómodo, perforaba su piel como
espinas. Rezaba a la Diosa del sueño que lo bendiga. La Diosa del sueño es una
embajadora de la morada de Dios. Solo lleva a alguien una vez que este abandona
sus preocupaciones, se aleja de la importancia del mundo, tiene pensamientos
nobles, estira sus manos y pies, y cierra los ojos.
Esta anécdota ilustra que definitivamente no hay
felicidad en los objetos externos de los sentidos. Si la hubiera, su mansión,
su hermosa familia y su banquete delicioso, ¿podrían poner en peligro su
felicidad, tal como lo habían hecho? Si está en la naturaleza de los objetos el
producir felicidad, ¿por qué desaparece cuando la mente se pone inquieta? La
naturaleza es indestructible, siempre está presente. La felicidad solo existe
en la paz mental, nunca en las cosas externas. Solo cuando las olas de la mente
van en una dirección y se aquietan, la dicha del Ser se refleja en las olas de
la mente, y a través de ellas, en los objetos externos. Cuando las olas de la
mente se disipan no reflejan la dicha del Ser. En consecuencia, cuando uno ve el
mundo a través de estas angustiantes olas, solo experimenta pena, no felicidad,
en los objetos externos.
Es por esto que Vidyāraṅya Swami dice en el Panchadashi, un muy conocido tratado de
vedanta,
Viṣayeṣvapi
labdheṣu, tadiccho-parame sati,
antarmukha-manovṛttā-vānandaḥ
pratibimbati.
Yadyat-sukhaṁ
bhavet-tattad-brahmaiva pratibimbanāt,
vṛtti-ṣvantar-mukhāsvasya
nirvighnaṁ prati-bimbanaṁ.
“Cuando se obtienen los objetos sensoriales, y el
deseo por ellos se pacifica, las olas de la mente se mueven hacia dentro, se
aquietan, y reflejan la dicha del Ser. Cualquier felicidad que uno obtenga de
los objetos externos sensoriales, es el reflejo del Ser y sucede debido al Ser,
no debido a los objetos sensoriales. Solo cuando las olas de la mente convergen
en un punto, pueden reflejar la dicha del Ser. Cuando las olas de la mente se
dispersan, eso no puede suceder”.
Es por esto que solo el Señor que mora dentro es la
naturaleza dichosa. Nuestras escrituras reveladas lo describen como una “masa
de conocimiento” así como una “masa de dicha”. “Masa” implica algo que está
densamente lleno, totalmente saturado. El señor está totalmente saturado de
conocimiento y dicha; y solo eso, conocimiento y dicha. Nuestro genuino Ser —la morada de amor supremo por todo— demuestra ser de naturaleza supremamente dichosa. En
cuestiones mundanas, puede verse que cuanto más amor uno tiene por algo, mayor
es el gozo que obtiene de eso. Por ejemplo, si ponen frente a ti tres bandejas,
una llena de oro, otra con perlas y la tercera con diamantes, tu amor por ellas
es comparativo. Es decir, puedes sentir más amor por las perlas que por el oro,
y quizás más amor por los diamantes que por las perlas. Entonces, cuando ves
diamantes, ves mayor amor y felicidad, y eres el más feliz al obtenerlos;
cuando ves perlas, sientes, en comparación, menos amor por ellas, por ende al
obtenerlas estás un poco menos feliz; y cuando ves el oro, tienes incluso un
poco menos de amor, y cuando lo tienes, estás un poco menos feliz.
De manera similar, nuestro Ser parece el más querido
al compararlo con una esposa, niños, la riqueza y el cuerpo. Debido a que estos
objetos externos resultan agradables para nuestro Ser, parecen adorables. Si
estos objetos no son agradables para nuestro Ser, uno no tiene amor por ellos.
Sri Sarvajnātma-Muni dice en un tratado titulado Saṅkṣepa-śāriraka:
Sarvaṁ
yadartha-miha vastu yadasti kiñcid,
pārārthya-mujjhati
ca yannija-sattayaiva,
tadvarṇayanti hi
sukhaṁ sukha-lakṣaṇajñāḥ,
tatpratya-gātmani
samaṁ sukhatā ’sya tasmāt.
Premā
’nupādhira-sukhātmani nopa-labdhaḥ,
sa pratyagātmani
kṛmerapi nitya-siddhaḥ,
preyaḥ-śruterapi
tataḥ sukhatā ’numānaṁ,
naiyāyiko ’pi na
dṛgātmani nihnuvīta (1,24,25).
“En este mundo, esposa, niño, riqueza, cualquier cosa
que exista, es para el Ser interior, el cual no es para nada más que él mismo.
El Ser existe por sí mismo, abandonando la objetivación con todo lo demás. Lo
que esto quiere decir es que cuando preguntamos “¿Para quién son los objetos
externos deseables?” surge la respuesta: “Para el Ser”. Por otro lado, si
preguntamos “¿Para quién es el Ser deseable?” la respuesta es: “Para nadie más
que él mismo”. El Ser es deseado solo por sí mismo. Por eso el Ser existe a
causa de nada más. Aquellos que conocen los signos de felicidad consideran a
este principio del Ser como ‘felicidad’. El Ser interior tiene todos los signos
de felicidad y no es diferente de la felicidad. Su naturaleza es la felicidad”.
Más aún, el amor incondicional no existe en los
objetos externos, como la esposa o el niño, que son diferentes de la felicidad;
mientras que todo quien ha experimentado la felicidad en el Ser interior, el
amor incondicional aparece naturalmente, incluso por los más diminutos
gérmenes. El Ser es la morada del amor supremo. En la Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad se dice:
Tadetat-preyaḥ
putrāt-preyo vittāt-preyo ’nyasmāt-sarvasmā-dantarataraṁ yadaya-mātmā (Bṛhadāraṇyaka
Up.1,4,8).
Ese Ser es más querido que los niños, más querido que
el dinero, más querido que todo lo demás. Existe por sí mismo, en los huecos
profundos de todas las criaturas. Las Upaniṣads concluyen que el Ser es la
misma naturaleza del amor supremo. Ni siquiera los racionalistas, filósofos y
otros eruditos pueden repudiar esta conclusión acerca de la naturaleza dichosa
del Ser omnisciente.
En la Bṛhadāraṇyaka
Upaniṣad, Maharshi Yājñavalkya, al impartir las enseñanzas del amor supremo
del Ser interior a su esposa Maitreyi, le dice:
“¡Oh Maitreyi! Un esposo no es amado a causa del
esposo sino a causa de la felicidad. Los niños no son amados a causa de ellos,
sino a causa de la felicidad del Ser”. Esta conclusión a la cual se arriba
debido a las escrituras reveladas pueden ser demostradas en este mismo mundo.
En una ciudad vivía un millonario que tenía varios
niños. En su enorme casa, mientras mantenían una conversación con su esposa,
repentinamente cayó inconsciente. Es estos días, todas las cosas se han vuelto
costosas. Pero debido al predominio del libertinaje y el aumento de la
ansiedad, las enfermedades se han vuelto baratas y la muerte llega de repente y
te captura sin aviso. Hubo caos, llamadas telefónicas, y en muy poco tiempo se
reunieron todos los niños, parientes y amigos cercanos. Los hijos vieron que su
padre yacía inconsciente, no veía, no hablaba, no oía. Su condición era grave. Enviaron
varios autos en busca de su doctor. Le dijeron: “No nos interesa lo que cueste,
haz lo que sea necesario para que podamos hablar aunque sea cinco minutos con
él”. Los doctores examinaron al hombre rico y vieron que no había fallecido.
Aún había un brillo de vida en él. Le pusieron algunas inyecciones raras y como
resultado, abrió los ojos. Estaba consciente nuevamente. Su familia y amigos se
pusieron muy felices.
Las personas allí reunidas pensaron que sus hijos iban
a hablar con su padre acerca de su bienestar. Pero tan pronto como el hombre
volvió a tener conciencia, sus hijos comenzaron a hablarle sobre sus propias
cuestiones egoístas. Dijeron: “Papá, dinos dónde están tus bienes”. Su esposa,
que estaba parada cerca, lloraba y decía: “Qué tristeza que te vayas, ¿qué va a
pasar conmigo ahora?”. Una persona pensó: “¿Qué te sucederá a ti? El pobre
hombre está partiendo dejándote todo”. La esposa no le estaba preguntando:
“¿Qué te está sucediendo?” Nadie estaba interesado en el pobre hombre. Una vez
había sido un billonario, y ahora era alguien que dejaba este lugar para
siempre sin llevarse ni un centavo. Todos estaban cuidándose a sí mismos, por
eso querían hablar de sus propios intereses; ninguno pensaba en el hombre. Este
es un ejemplo del evidente egoísmo del mundo.
El venerado maestro Shankara dice,
Kā te kāntā
kaste putraḥ? Saṅsāro ’yamatīva vicitraḥ,
kasya tvaṁ kaḥ
kuta āyātaḥ, tattvaṁ cintaya yadidaṁ bhrātaḥ.
Bhaja govindaṁ
bhaja govindaṁ govindaṁ bhaja mūḍhamate.
“¿Quién es tu esposa? ¿Quién es tu hijo? En verdad no
hay ninguna esposa ni ningún hijo. Entonces, ¿Por qué te pones infeliz, que lo
único que hace es apegarte más a estas personas sin ninguna razón? Este mundo
es extremadamente extraño. Lleno de egoísmo. Nadie es para nadie. Un individuo
viene al mundo solo y se va solo. Nadie llega o se va con otro individuo. Por
lo tanto, oh hermano, ¿Quién es tuyo? ¿De dónde has venido? Piensa en estas
cosas con una mente tranquila. Si no eres capaz de entender, ve con grandes
seres que hayan estudiado, que hayan renunciado al apego, que piensan estas
cosas y que repiten el nombre del Señor Govinda incesantemente y con amor”.
No amamos a nuestro hijo por su felicidad sino por
nuestra propia felicidad.
En esta conexión, Vidyāraṅya Swami dice en el Pancadaśi:
Śmaśru-kaṇṭaka-vedhena
bāle rudati tatpitā,
cumbatyeva na sā
prītir-bālārthe svārtha eva sā.
Una vez, Swamiji iba en camino a recibir limosnas de
los amos de casa. Sucedió que vio a un padre con una larga barba sosteniendo su
bebé de seis meses. El padre daba besos en el tierno rostro al adorable infante,
pero las puntas de la barba pinchaban las mejillas del niñito y le dolía. El
niño lloraba de dolor. El padre, sin embargo, no era consciente del dolor del
niño y seguía con los besos. Vidyāraṅya Swami, observando este incidente, se
cuestionó por el bien de quién el padre estaba amando al niño. Con certeza, no
por el bien del niño, ya que en realidad este sufría cuando el bigote del padre
le punzaba sus mejillas. De aquí que debe decirse que el padre amaba al niño
por algún placer que él solo imaginaba y no por la felicidad del niño. No le
importaba el dolor que el niño estaba sintiendo, solo su propia felicidad.
Na vā are’
vittasya kāmāya vittaṁ priyaṁ bhavati,
ātmanastu kāmāya
vittaṁ priyaṁ bhavati,
“¡Oh Maitreyi! Uno ama la fortuna, no por la fortuna
misma, sino por la felicidad del Ser”.
Lo que sea que consideres como riqueza, lo que sea que
ames, lo que sea que guardes a salvo en el rincón más interno de la casa, y que
saborees mentalmente, ya sean diamantes, perlas, oro, plata, dinero. ¿Por qué
haces esto? ¿Para preservarlo? Tu amor y protección hacia la riqueza, no son a
causa de la misma, sino por tu propia felicidad. Cuando la misma riqueza se
convierte en la causa de la pena, inmediatamente la abandonas. Esto realmente
sucede.
Una vez, en un salón público en Kanpur, una ciudad al
norte de India, eran cerca de las nueve de la mañana; estaba dando una
disertación, cuando cuatro ladrones armados con pistolas entraron en una casa
de por allí cerca que pertenecía a un hombre muy rico. Él y su hijo habían
estado contando su dinero con su secretaria y la caja de seguridad estaba
abierta. Los ladrones sacaron las armas y exigieron al hombre rico que les
entregara todo el dinero, o si no le vaciarían sus pistolas en el pecho. El
jefe, su hijo y la secretaria temblaban de miedo, le dieron las llaves de la
caja de seguridad a los ladrones y se pararon rápidamente a un costado. Los
ladrones vaciaron todos los millones de billetes de la caja y desaparecieron en
la oscuridad. En peligro y por miedo por morir, en un abrir y cerrar de ojos el
rico renunció a su amor por el dinero. En ese momento, su dinero estaba
causándole más dolor que placer, y haberse aferrado a él lo hubiera matado.
Sabiendo esto, había rogado a los ladrones que tomaran el dinero y se marcharan
sin dañarlos. De esta situación común, queda claro que a nadie le agrada el
dinero por el dinero mismo, sino por la propia felicidad de uno.
Na vā are
brahmaṇaḥ kāmāya brahma priyaṁ bhavati,
ātmanastu kāmāya
brahma priyaṁ bhavati,
na vā are
kṣatrasya kāmāya kṣatraṁ priyaṁ bhavati,
ātmanastu kāmāya
kṣatraṁ priyaṁ bhavati,
“Un brahmin no es amado porque sea un brahmin, sino
por la propia felicidad de uno. De manera similar, un rey no es amado porque
sea rey, sino por la propia felicidad de uno”.
En el mundo se hace amistad con muchas personas y se
les ama, pero no es por ellos. Tus propias razones hacen que ames a otros y
formes amistad. Quieres terminar con la pena y hacerte feliz. Si no logras esto
con la persona que eliges, cortas los lazos de amistad y dejas de amarle. Esto
parece ocurrir en cientos de casos.
Na vā are devānāṁ
kāmāya devāḥ priyā bhavanti,
ātmanastu kāmāya
devāḥ priyā bhavanti,
“Shiva, Vishnu, Rama, Krishna, Indra (el rey de todos
los dioses), Varuna (la deidad del agua), Shakti (la diosa de la energía) y
todos esos dioses y diosas son amados no por ellos mismos, sino por la propia
felicidad de uno”.
¿Por qué amas a los dioses o al Señor? ¿Por qué los
recuerdas, les rezas y les adoras? No por el placer de ellos mismos, sino por
tu propia felicidad. No hay duda de ello. Cuando rezas dices “¡Querido Dios!
¡Dios todopoderoso! Haz que cruce el océano mundano. Libérame del ciclo del
nacimiento y de la muerte, alegría y miseria, y concédeme la dicha de la
libertad”. Esa plegaria es para tu propio bien. No es para el Señor. Nadie le
reza al señor, “Oh Señor, que tengas buena fortuna. Que tu pena se desvanezca.
Que permanezcas en la dicha”. El Señor puede o no tener buena fortuna, su pena
puede irse o quedarse allí con Él, puede ser feliz o no, ¿me importa? Yo debo
tener buena fortuna, mi pena debe marcharse y debo ser feliz. Este es el
objetivo de nuestras plegarias a los varios dioses.
No es que el Señor necesite nuestros buenos deseos,
por supuesto. El océano de pura dicha, que no tiene ni una pizca de pena, que
es siempre benevolente, el ser interno de todos, no tiene necesidad de mejorar.
Las Upaniṣads lo ponen así para resaltar el hecho de que no se ama a Dios por
su propio bien, sino por nuestra propia felicidad.
Aquí, la estructura de las palabras utilizadas
establece la unicidad del Ser con el Señor. Si al Señor, que es adorado, se le
considera diferente del Ser, entonces en el Señor no habrá satisfacción de la
devoción total, que es el amor Supremo mismo. Todos tienen naturalmente amor
Supremo por su propio Ser. “Amamos a los dioses no por su bien, sino a causa de
nuestra propia felicidad”. Este tipo de declaraciones y experiencias mundanas
establecen el hecho de que Dios y el Ser son uno. Respecto a alguna cosa
diferente del Ser, sea esposa, niños, o dioses, como Shiva o Vishnu, nuestro
amor a estos es secundario, no principal. El amor al Ser a través de objetos
externos, no es principal. Para el Ser, todo lo demás es un objeto, mientras el
Ser no puede ser objeto de nada. Es uno con el otro. Por eso, el amor principal
solo existe en el Ser.
Finalmente, el amor total se alcanza solo cuando
consideramos al Señor como nuestro Ser. Esta es la razón por la que todas las
escrituras, las Upaniṣads, la Gītā,
el Bhāgawat, hablan del Señor como el
Ser. En su Brahma-Sutra Mīmānsā, el
Señor Kṛṣṇa-dvaipāyana Vyāsa explica la esencia de las declaraciones de las
Upaniṣads y la Gītā:
Ātmeti
tūpa-gacchanti grāhayanti ca (4,1,3).
“La causa del mundo, la deidad adorada, el Señor, es
de veras el Ser. Esto debe entenderse con convicción”. Además dice,
Tvaṁ vā ahamasmi
bhagavo devate’ Ahaṁ vai tvamasi bhagavo devate.
“Oh Señor, qué eres tú que soy yo, qué soy yo
naturalmente, que tú eres”. Grandes maestros instruidos y gurus también enseñan
a los buscadores que:
Eṣa ta ātmā
sarvāntaraḥ, (Bṛhadāraṇyaka Up. 3,4,1). Eṣa
ta ātmā antaryā-myamṛtaḥ (Bṛhadāraṇyaka
Up. 3,3,23).
“Es tu Ser, que es el Señor, quien existe dentro de
todas las criaturas. Es tu Ser que es el Señor que mora dentro, cuya naturaleza
es el elixir interno”. A través de todas las declaraciones en las Upaniṣads,
(maestros y gurus) hacen que los buscadores comprendan que el Señor es el Ser
Interior.
Na vā are’
sarvasya kāmāya sarvaṁ priyaṁ bhavati,
ātmanastu kāmāya
sarvaṁ priyaṁ bhavati.
Un elefante, un caballo, una vaca, un auto, una casa,
una tienda, un laddu,
un puri kachori, una banana, una
naranja, una uva, todas esas cosas del mundo, no gustan a uno a causa de ellas
mismas, sino por la felicidad del propio Ser. Por eso,
Ātmā vā are
‘draṣṭavyaḥ śrotavyo mantavyo nididhyāsitavyaḥ,
“Esa estancia de amor supremo, el Ser, definitivamente
debe ser vista. Deber discernirse con fe en las escrituras, y con la ayuda del
guru. Debe contemplarse con decisión, y debe meditarse en ella con espíritu
noble y fusionado con ella”.
Nuestro Ser, la estancia del
amor supremo, es la naturaleza misma de la dicha. Por lo tanto, el Ser,
existencia, conciencia y dicha, es en Sí Mismo la naturaleza trascendental del
Señor. Esto significa que el Señor no es diferente del Ser, a partir del cual
se crea el universo entero. Por eso está establecido que el Ser supremo y el
Señor son uno.
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