Yeṣām tanta-gataṁ pāpaṁ,
janānāṁ puṇya-karmaṇāṁ,
te dvandva-moha-nirmuktā,
bhajante māṁ dṛḍha-vratāḥ (Gītā
7,28).
“Las personas que realizan acciones
meritorias, cuyos pecados han sido destruidos, se liberan del obsesionamiento
inherente a dualidades tales como el amor y el odio. Su voto es firme y Me
adoran”.
El Señor Shrikrishna le cuenta a Arjuna
sobre las personas que pueden trascender la obsesión provocada por las
dualidades y que pueden hacer un voto firme de adorar al Señor. Solo los santos
cuyos pecados han sido completamente destruidos por acciones meritorias pueden
llegar a estar libres de la obsesión de las dualidades y pueden resolver
adorarle con decisión. Otras personas, que tienen la intención de cometer
pecados, no pueden liberarse de la obsesión de las dualidades ni amar al Señor
y adorarlo enfocados. Los que no tienen amor por el Señor, que no se deleitan
al recordar el nombre del Señor, que disfrutan la comida en un restaurante, el
cine, las discotecas y las carreras, que no gustan de la buena compañía (satsang) y el nombre del Señor, a
quienes les resulta molesto adorarlo y alabarlo al Señor, son pecadores.
Así como una persona afectada por la
fiebre no puede disfrutar del sabor de una comida deliciosa, porque la fiebre
se presenta como un obstáculo, también los pecados son un obstáculo que no deja
que uno se deleite en los satsangs y
la adoración. Por lo tanto, el ser humano debe realizar acciones meritorias
para destruir los pecados. Debido a la presencia de los pecados, la mente no
puede permanecer absorta en el recuerdo del Señor. El satsang no se vuelve sabroso como un néctar. Hay aversión a
realizar jñanayajña (sacrificio por el
conocimiento). Por lo tanto, en las escrituras los maharshis dicen:
Mahāpāpavatāṁ rājan! Jñāna-yajño na rocate.
“Un vil pecador no gusta de jñānayajña (adoración del
conocimiento)”.
Al igual que el hambre es superada por el
consumo de alimentos y la sed se apaga bebiendo agua, también los pecados prohibidos
son superados con acciones meritorias. Por lo tanto, un individuo deseoso de la
bienaventuranza final debe realizar acciones meritorias con el cuerpo, la
palabra y la mente. Las acciones meritorias son aquellas ordenadas por el
intelecto, haciendo las cuales las personas veneradas y el Señor son
complacidos, y por las cuales también nosotros experimentamos satisfacción.
Se observa naturalmente en todas partes
que el intelecto nunca impulsa a nadie a realizar acciones prohibidas. Aunque
una persona entregada a su mente corrupta esté dispuesta a realizar acciones
prohibidas, sin embargo, el intelecto se presenta constantemente en el espectro
de miedo, mala fama y castigo. Una persona puede ser un ladrón y criminal y
constantemente cometer acciones viciosas, pero el intelecto nunca inspira a
hacer esas acciones. Por el contrario, continuamente se opone a ellas. El
placer derivado de la realización de pecados no es genuino sino superficial,
como una enfermedad consuntiva en la que el paciente parece robusto y saludable,
pero debajo de la fachada, la persona enferma es lenta y carente de energía.
Del mismo modo, el placer derivado de las acciones pecaminosas es repentino y
de breve duración, mientras que por debajo el pecador está deprimido, asustado
y agitado. El placer verdadero y duradero deriva de la realización de acciones
meritorias. El intelecto siempre está impulsando desde el interior para llevar
a cabo acciones meritorias.
Percibir las aflicciones de los demás y
tratar de aliviarlas lo más posible es una acción meritoria. Por esa acción el
Señor, que habita en todo en el universo, es complacido. Pensar, hablar, hacer
el mal a otro y afligirlo son acciones pecaminosas y hacen que el Señor se
enoje. Por lo tanto, cualquier persona que quiera trascender la dualidad y
alcanzar la paz adorando al Señor, tiene que ser bueno y seguir haciendo el
bien a sus semejantes. Por lo tanto Veda-Vyāsaji ha impartido en sus dieciocho purāṇas, escrituras, algunos consejos
concretos:
Aṣṭādaśa-puraṇeṣu vyāsasya vacana-dvayaṁ,
paropakāraḥ puṇyāya, pāpāya para-pīḍanaṁ.
En los dieciocho purāṇas Vyāsa hace solo dos declaraciones: para ganar méritos haz
acciones benevolentes, y ten en cuenta que herir a los demás es cometer un pecado.
Si no tienes ganas de hacer el bien a los demás, por lo menos no dañes a nadie.
Este es un llamado a la humanidad. Si uno no quiere hacer daño a los demás,
decir nada malo de los demás, no hacer mal a los demás, esa persona nunca es
herida. Esta es la ley de la naturaleza. Si una persona lastima a otra,
entonces no solo el prójimo es herido, sino también la persona se hace daño a
sí misma. Y si una persona hace feliz a otra persona, no solo hace feliz a esa
persona sino también a sí misma. Si una persona critica a otro, entonces no solo
critica al otro sino también a sí mismo. Es la regla divina de “lo que va,
vuelve”. Si ofreces algo bueno a los demás, estarás bien y recibirás buenas
osas. Si ofreces algo malo a los demás, estarás mal y recibirás malas cosas. Lo
que siembres, cosecharás. Así como al ofrecer el bien a los demás uno cosecha
el propio bien, al hacer daño a otros uno produce su propio daño. Por
naturaleza una persona espera que todos los demás sean buenos y no lo
perjudiquen. Para hacer realidad esta expectativa, la misma persona debe ser
benevolente y no ser dañina con los demás.
Por lo tanto, para el bienestar de
nosotros mismos y los demás, nuestros maharshis,
que conocían el pasado, presente y futuro, han prescrito para la humanidad los
cinco grandes sacrificios que deben ser realizados todos los días. Estos cinco
grandes sacrificios son para los sabios, los dioses, los ancestros, la
humanidad y las personas. De hecho, el Señor aparece ante nosotros en estas
cinco formas. Los sabios son aquellos grandes seres que son divinos, que poseen
buenas cualidades, que disciernen la verdad, que están establecidos en un
estado elevado y desean el bien a todo el universo. El sol, la luna, el viento,
el espacio y demás son todos dioses. En Nirukta, el comentario de los Vedas, se
dice, dyotanād dānādvā devo bhavati,
“El que ayuda a la manifestación o que otorga deseos es un dios”. Dioses como
el sol son conocidos por su poder para ayudar a la manifestación y conceder
deseos. Son benévolos, como los sabios. Los dioses incluso habitan en nuestros
cuerpos. El sol se encuentra en los ojos, el fuego y el agua en la lengua, los ashwinikumaras (médicos del Señor) en la
nariz, y así sucesivamente. Pālanāt pitā,
“El que protege desde el nacimiento proporcionando comida, ropa y educación, es
un pitā (un antepasado); hay muchos
de estos antepasados, como padre, madre, maestros, y otros. Los sabios, dioses
y antepasados son tanto visibles como invisibles. Los consideramos a todos como
formas del Señor y los adoramos a través de los sacrificios. El Señor se
manifiesta ante nosotros en estas formas. El ser humano y todas las criaturas
son la misma forma del Señor. El Señor reside en el corazón de todo ser,
superior o inferior, como el Ser conciente. ¿Dónde no vive el Señor? Mires
donde mires, allí está Él. Solo piensa un poco, y Él es discernido. Para que
esto suceda uno necesita ojos de sabiduría. Si estudiamos los vedas, la Gita, las
upanishads y buenos libros similares cada día, y escuchamos las disertaciones
sobre estas escrituras dadas por grandes oradores, el Señor en la forma de los
sabios estará complacido con nosotros. Por lo tanto, el mandato de nuestros más
auspiciosos Vedas es: Swādhyāyapravacanā
bhyāṁ na pramaditavyaṁ (Taittirīya
Upaniṣad 1,11,1), “El estudio y la elucidación de las escrituras debe ser
continuo, sin omisión”. Un ser humano no omite los alimentos o el agua, no los
deja ni siquiera por un día; por supuesto, sabe que los alimentos y el agua son
esenciales y muy útiles para mantener el cuerpo. Del mismo modo, el estudio y
las disertaciones son esenciales y muy útiles para una vida divina. A través de
ellos llega a su fin la angustiosa vida mundana y comienza una vida divina
dichosa. Uno se vuelve bueno y también hace bien a los demás. Por lo tanto, el
estudio y la elucidación de las escrituras son actos meritorios a través de los
cuales se aniquilan pecados. Una persona sabia nunca debe abandonar el estudio
y la escucha de disertaciones, sino que debe emprenderlos y alentar a otros para
que los lleven a cabo. A través del servicio, el honrar y el estudio recibimos
las bendiciones auspiciosas del Señor en la forma de los sabios. Por lo tanto,
el sacrificio por los sabios es un acto meritorio esencial para nuestro
bienestar, y tenemos que mantenerlo con regularidad.
En la misma línea, el sacrificio para los
dioses también debe ser realizado diariamente. Llevar a cabo el ritual del
fuego, es decir, fielmente ofrecer oblaciones puras como el ghi (mantequilla clarificada) al fuego,
acompañado por el canto de los mantras védicos, complace al grupo de dioses.
Purifica el ambiente y aniquila generalizadamente los gérmenes de diversas
enfermedades. Los dioses gratificados rocían sobre nosotros las diferentes
bendiciones, como las lluvias. Por eso el Señor dice en la Gita:
Devān-bhāvayatānena te devā bhāvayantu vaḥ,
iṣṭān-bhogān hi vo devā dāsyante yajña-bhāvitāḥ.
"Haz felices a los dioses a través
del sacrificio, y la multitud de dioses te hará feliz”.
“Los dioses satisfechos por el sacrificio,
te otorgarán los placeres sensoriales deseados”.
De esta manera, a través de sacrificios
para los dioses, los dioses son reconocidos y toda la creación prospera. Por lo
tanto, el sacrificio para los dioses es una acción meritoria que aniquila
pecados. El servicio, śrāddha
(ofrenda ritualística de alimentos en honor a los muertos) y taraṇa (libación de agua a los manes)
son sacrificios por los antepasados. Los padres, cuando están vivos, deben ser
servidos, honrados y obedecidos. Uno nunca debe herir sus sentimientos
desobedeciéndolos. A este respecto, ¡qué gran ejemplo ha dado a la humanidad el
Señor Shrirama! Del mismo modo, los antepasados muertos deben ser complacidos
a través de śrāddha y tarpaṇa. Tal como los sabios nos han
concedido la riqueza del conocimiento, y los dioses nos han otorgado diversos
placeres sensoriales y nos han beneficiado, también los antepasados nos han
beneficiado. Por lo tanto, a través de la ejecución de sacrificios para los
antepasados, tenemos que darles algo a cambio. Debemos ser agradecidos, y nunca
desagradecidos. La ingratitud es un gran pecado. Pero la ostentosa generación
de hoy día es ingrata y deja de lado la mayoría de estos sacrificios.
Burlándose de estos sacrificios, dicen: “¡Sí! A nuestra manera, también estamos
realizando sacrificios. Tan pronto como nos levantamos, leer el periódico es el
sacrificio por los sabios. Al encender un cigarrillo creamos el humo, que es
nuestro sacrificio de fuego. Consumir té y otras sustancias venenosas es honrar
a nuestros antepasados en la forma de nuestro estómago. Nuestro estómago nos
protege, por lo que es, por supuesto, nuestro pitā (ancestro)”. Este tipo de comentario sarcástico ha de ser
totalmente evitado.
El cuarto es el sacrificio por la
humanidad, que es cumplido honrando las visitas, ofreciendo servicio y caridad.
Si alguna persona con hambre llega a la puerta, no debería ser decepcionado sin
importar su casta, credo o nacionalidad, sea bueno o malo. Considerándolo como
una forma del Señor Vishnu, hay que darle de comer de acuerdo a nuestra
capacidad y complacerlo. Piensen cuánto ha beneficiado la humanidad a cada
individuo. Cuando reciben su cena, hay varios elementos en ella. ¿Han sido hechos
solamente con tu esfuerzo? Nunca. En la preparación de estos elementos han
cooperado cientos, no, miles de personas. Algunas personas araron la tierra
para que quede lista para la siembra. Algunos sembraron, otros la regaron,
algunos la protegieron, algunos cosecharon los cultivos, y así sucesivamente.
De esta manera, por cada elemento que haya, toda la humanidad ha desempeñado
algún papel en su producción. Por lo tanto, cuando una visita se presenta a
nuestra puerta, tenemos que ofrecerle algo para pagar nuestra deuda con la
humanidad. Nuestras escrituras describen la importancia de honrar a las
visitas. Al donar dinero o algo así, es esencial juzgar la idoneidad de quien
lo recibe. Pero todo el mundo es considerado digno de recibir alimentos. El
Señor está presente en forma de Vaiśwānara en el cuerpo de todas las personas.
Es por eso que la alimentación de una visita hambrienta es, sin duda, adorar al
Señor.
Hay que servir a los animales, aves,
insectos y otras criaturas lo mejor que podamos. El verso aneka rūpa-rūpāya viṣṇave prabha-viṣṇave, “Las formas del Señor son
muchas. Se manifiestan en el mundo en una gran variedad de formas y aparecen
delante de nosotros”. Estas criaturas son nuestros semejantes y nos benefician.
Al igual que nosotros, reclaman la casa como propia. Un mahatmaji llegó a una casa, donde la anfitriona era una mujer
erudita. El mahatmaji le preguntó:
“¿Para quién se construyó esta casa?”. (En hindi, “¿Para quién se construyó
esta casa?” y “¿Con qué se construyó esta casa?” son la misma pregunta). La
anfitriona dijo: “Está construida con ladrillos, piedras, morteros, etc.”. Dijo
el mahatmaji, “¿A quién pertenece
esta casa?” La señora de la casa, dijo, “Esta casa pertenece a muchos. Palomas,
perros, gatos, hormigas, y muchos afirman que esta casa es de ellos. Pero yo no
sé quién es el verdadero dueño”. El punto es que todos estos compañeros
residentes de la casa reclaman la casa como propia. Así que algunas cosas de la
casa deben ir para ellos.
La generosidad es muy importante. Tenemos
porque damos. El que no ha dado es considerado pobre, un indigente. Por lo
tanto, tenemos que dar lo que podemos pagar. Los Vedas dicen:
Śatahasta samāhara, sahasra-hasta saṅkira (Atharva
Veda 3,24,5).
“¡Oh ser humano! Gana riqueza con el celo
y esfuerzo de cientos de manos. Produce alimentos y otras cosas. Con la
generosidad de miles de manos, úsalos por un buen propósito, distribuye
alimentos y otras cosas”.
En otro lugar se dice:
Nyāyopārjita-vittasya daśamāṅśena dhīmatā,
kartavyo viniyogaśca īśaprītyartha-meva ca.
“Usa el diez por ciento de todo lo que has
ganado legalmente en caridad para complacer al Señor. A través de ello, sirve a
la creación entera. Complace al Señor en la forma de los desposeídos”.
Bhītebhya-ścābhayaṁ deyaṁ, vyādhitebhyas-tathouṣadhaṁ,
deyā vidyārthināṁ vidyā, deyamannaṁ kṣudhāture.
“Ofrece coraje a los que temen, medicina a
los enfermos, conocimientos a los alumnos y comida al hambriento”.
‘Tana’ pavitra sevā kiye, ‘dhana’ pavitra kara dāna,
‘mana’ pavitra hari bhajana kara, hota trividha kalyāṇa.
jalase yadi noukā bharī, dhanase bharā yadi dhāma
donoṅ hātha ūleciye, taba hogā viśrāma.
“El cuerpo utilizado en el servicio es
sagrado.
La riqueza utilizada en la caridad es
consagrada.
La mente utilizada en la adoración del
Señor es santa.
Estas son tres formas en las que serías
bendecido.
Si el barco se llena de agua y la casa con
dinero,
con ambas manos paléala hacia fuera. Así
encontrarás descanso”.
Por lo tanto, una persona sensata no
debería apegarse en exceso a objetos como la riqueza. Si discernimos con
cuidado, encontramos que podemos reclamar como nuestras solo dos rebanadas de
pan y un metro de terreno.
Si además de estos hay más objetos a
nuestro alrededor, debemos abandonar el apego por ellos y darlos gustosos a
cualquiera que los necesite. De ahí que en el Bhagawat, el sabio Bādarāyaṇa ha descrito la doctrina de la justa y
noble ecuanimidad de la siguiente manera:
Yāvatā bhriyeta jaṭharaṁ tāvat-svatvaṁ hi dehināṁ,
adhikaṁ yo ’numanyeta sa steno daṇḍam-ahṝati.
Un individuo debe reclamar solo lo que
puede satisfacer su estómago. Solo eso puede ser declarado como “mío”. Más allá
de esto, si una persona reclama dinero y alimentos como suyos, se apega a ellos
y no los comparte con los necesitados, entonces es un ladrón del Dios
Universal. Esa persona tiene que ser castigada por la naturaleza. Por lo tanto,
si tenemos más comida de la que necesitamos, se le debe dar a los hambrientos.
Si uno tiene un montón de conocimientos, hay que compartirlos con los
estudiantes. Si uno tiene un montón de tierra, se le debe dar a los pobres que
no la tienen. Si uno tiene mucha fuerza, debe ser utilizada para proteger a la
comunidad y el país. Si uno tiene un montón de dinero, debe ser utilizado
constantemente para mejorar la situación de la comunidad, la situación
financiera del país y el bienestar de nuestros compatriotas en todos los
aspectos. Por lo tanto, cualquier proyecto auspicioso, público y nacional, que
esté siendo llevado a cabo por el gobierno en la actualidad, es recomendado por
las escrituras y son acciones loables y meritorias. Todos los ciudadanos
deberían estar interesados en ellos. A través de tales obras públicas el
Señor Universal es complacido, se remueve el obsesionamiento de la dualidad
mundana y surgen los buenos sentimientos de sacrificio, desapego y amor. En la Taittiriya Upanisad se dice:
Śraddhayā deyaṁ, aśraddhayā ’deyaṁ, śriyā deyaṁ,
hriyā deyaṁ, bhiyā deyaṁ, saṁvidā deyaṁ (1,11).
“Den con confianza, no den sin confianza.
Den de acuerdo a su capacidad financiera y física. Den también de acuerdo a las
costumbres sociales. Den por temor a lo que vendrá. Den a los propósitos de
causas meritorias como la amistad, la reforma nacional, la protección de los
olvidados y abandonados”.
En
todas las épocas favorables y desfavorables, den de acuerdo a su capacidad. En
las escrituras se dice:
Anukūle vidhau deyaṁ, yataḥ pūrayitā hariḥ,
pratikūle vidhau deyaṁ, yataḥ sarvaṁ hariṣyati.
Si la suerte es favorable, entonces den
caridad de acuerdo a su capacidad. Al dar, Shri Hari mantendrá lleno su cofre
del tesoro. Nunca van a sufrir escasez de recursos. Si la suerte no está a su
favor, entonces también den caridad. Porque los malos tiempos se llevarán todo
lo que tengan. En lugar, es mejor darlo a causas favorables, por el bienestar
público y ganar mérito.
En la obra Vyāsa Smṛti, la caridad es elogiada y la mezquindad es condenada de
una manera única:
Adātā puruṣastyāgī, dhanaṁ saṅtyajya gaccḥati,
dātāraṁ kṛpaṇaṁ manye mṛto ’pyarthaṁ na muñcati.
El avaro es considerado como un gran
renunciante, porque un día él tendrá que dejar su amado dinero aquí e irse con
las manos vacías, aunque le gustaría mucho llevarlo consigo. Al no hacer
caridad ha renunciado al mérito; sin méritos, ha renunciado a la riqueza de la
felicidad que obtendría en su próxima vida. De esta manera, la antítesis de la
caridad, se vuelve un renunciante total. Por otro lado, una persona generosa es
considerada realmente avara, porque ni siquiera después de la muerte renuncia a
su riqueza. Debido a la caridad gana mérito. Debido al mérito, en su próxima
vida obtiene muchas más veces más que el dinero que dio. Por lo tanto, la
persona generosa nunca abandona la riqueza, sino que ahorra cien veces en lugar
de solo diez, y es llamada “tacaña”.
Algunas personas no creen en la
reencarnación. Preguntan: “¿Por qué debemos creer en la reencarnación? ¿Dónde
está la prueba?”. La respuesta a esto es natural. La prueba son los fuertes diferentes
deseos de los individuos y las tendencias incumplidas. Es evidente para todos
que el señor Mente está albergando en su corazón una red de varios deseos.
Dondequiera que él percibe felicidad y belleza, se enamora. Piensa
constantemente en lo mismo, por lo que tiene que pasear por las diferentes
especies. Sus deseos y tendencias nunca llegan a ser infructuosos. Él renace
para el cumplimiento de las tendencias en la forma de consecuencias, por las
acciones realizadas de acuerdo a los deseos. Si se terminan sus deseos, a
continuación, renacer también habrá terminado, por lo que de inmediato se
obtendrá la liberación. Nuestra eminente upanishad
dice lo mismo de la siguiente manera:
Yadā sarve pramucyante kāmā ye ’sya hṛdi śritāḥ,
atha martyo ’mṛto bhavati, atra Braḥma samaśnute (Kaṭhopaniṣad 2,3,14).
“Cuando se destruyen los deseos que
residen en el corazón de los mortales, el individuo mortal se hace inmortal,
alcanza a Brahman y es liberado del ciclo del nacimiento y la muerte”.
Por lo tanto, para avanzar en la vida
futura, así como para alcanzar la liberación sin par, el Señor en la Gita ha recomendado acciones meritorias
como el sacrificio, la caridad y la penitencia, para que los pecados sean
destruidos uno a uno, seguido de la purificación de la vida entera.
Yajñadāna-tapaḥ-karma na tyājyaṁ kārya-meva tat,
yajño dānaṁ tapaścaiva pāvanāni manīṣiṇāṁ (Gītā
18,5).
“Las acciones meritorias, como yajña (sacrificio), la caridad y la
penitencia, no deben abandonarse. Por el contrario, deben ser realizadas. Estas
tres acciones hacen divina a la gente común y a los eruditos”.
Es por eso que en el caso de un jñānayogi se dice:
Na karmāṇi tyajed yogī, karmabhis-tyajyate hyasau.
“Un jñāna
yogi nunca debe abandonar deliberadamente a las acciones meritorias como yajñas, sino que debe establecerse en un
estado de felicidad extática elevada, de manera que las mismas acciones le
abandonen a él; no debería ser consciente de la realización de las acciones”.
Una fruta no debe ser arrancada de un árbol, sino que la fruta debe madurar y
caer por sí sola. Si es arrancada del árbol, puede estar inmadura y amarga,
pero cuando se cae por sí sola, tiene néctar abundante y dulce. Del mismo modo,
cuando un jñāna yogi se establece en el
estado puro y sublime que trasciende la mente, a través de la realización de
acciones meritorias como yajñas,
entonces las acciones por sí mismas se alejan de él y el yogi se llena del
sublime gozo no dual de Brahman.
Las escrituras dicen que hasta el yogi
realizado —siempre y cuando esté consciente— debe llevar a cabo acciones
meritorias para el bienestar de la humanidad, a pesar de que no son por el bien
del propio yogi. No es de extrañar que las escrituras le indiquen a un buscador
deseoso de liberación, que realice acciones meritorias para destruir pecados y
por otras causas. Por lo tanto, se deben realizar acciones meritorias como yajñas y caridad. Solo a través de
acciones meritorias uno puede alcanzar poderes mágicos y varios méritos como la
libertad de las catástrofes. A tal efecto, se pueden encontrar muchas
referencias en las historias y los puranas.
El rey Rantidev era un conocedor devoto y
tenía un corazón inmenso y noble. Solo discernía al Señor en todos. Cuando alguien
le pedía, él inmediatamente daba. Debido a su enorme generosidad, cuando un
hermano más joven, llamado Guru, le pidió todo el reino, Rantidev gustoso dio
su reino a su hermano. El hermano menor le daba a Rantidev una suma mensual para
su subsistencia. Las hormigas llegan sin invitación a un terrón de azúcar. Si
cualquiera le pedía de su asignación mensual, Rantidev inmediatamente la daba.
Cuanto más le daba su hermano menor, más donaba Rantidev. El hermano menor le
hizo comprender que hasta el tesoro de Kubera (el tesorero de Dios) se agota si
es distribuido sin cuidado. ¿Cuánto tiempo puede un mero rey permitirse el lujo
de dar? Pero dar a otros era la generosa costumbre del rey Rantidev. Una vez
que se forma un hábito, bueno o malo, es difícil librarse de él. Una vez
recibió provisiones para todo el mes. Un mendigo se la pidió, Rantidev la dio en
el acto, y se quedó sin nada que comer. Comenzó a ayunar. El hermano menor se había
negado a seguir dando. El devoto rey Rantidev dependía del destino con respecto
a su cuerpo, pero controlaba su mente. Había trascendido la dualidad mental y
contemplaba constantemente el firme, perfecto, Supremo Ser no dual. Tal como es
el destino, así es el cuerpo. De acuerdo a la fortuna, uno pasa por felicidad y
miseria. Al igual que el excelso devoto Narasimha Mehta, solía decir:
Sukha duḥkha manamāṅ na āṇiye, ghaṭa (śarīr) sāthe re ghaḍiyāṅ,
tālyāṅ te koīnāṅ nava ṭale re, raghunātha nāṅ jaḍiyāṅ.
“No te preocupes por el placer y el dolor,
son hechos junto con el cuerpo.
Nadie puede evitar, por mucho que lo
intenten, lo que Señor de los Raghus tiene incrustado”.
Tenía desapego, contentamiento y paz en su
corazón. Estaba seguro de que este mundo es una reunión de aves. Cada persona
viene aquí sola y se va sola. Este jardín que es el mundo continuará con sus
miles de aves. Cada una dirá lo suyo y volará lejos. Algunas ríen y vuelan,
otras lloran y vuelan. Es una vida de cuatro días: ¿qué es el sufrimiento, qué
es el alivio?
El destino es misterioso. En cada grano,
en cada gota, en cada fibra está el nombre de su disfrutador. Un hombre rico es
dueño de una arboleda de mangos. Los árboles están cargados de hermosos y
deliciosos mangos. Sin embargo, el propietario no puede comerlos. El médico le
ha advertido que si los come, va a sufrir de hemorroides. El pobre hombre no
puede comer los mangos y se lamenta al respecto. Un viajero llega, arranca los
mangos, los disfruta y se va. Cada hombre consigue lo que está destinado a
conseguir. Si no, por mucho que lo intente, no va a conseguirlo.
El rey Rantidev había ayunado durante
varios días —su hermano se había negado a darle más— pero estaba feliz
recordando al Señor. Se dice que así transcurrieron cuarenta días. Su cuerpo se
había vuelto muy débil. Estaba muy cerca de la muerte. Su esposa e hijos
estaban en paz recordando al Señor. Solo por estar en las proximidades de un
árbol de sándalo, un árbol con hojas amargas también se vuelve perfumado. Del
mismo modo, los miembros de la familia del rey también se habían rendido al sufrimiento,
estaban en paz y recordando al Señor. Su hermano ahora sintió lástima por
ellos. Les envió una cena dulce y deliciosa que contenía khir.
Rantidev dijo:
—El Señor de la creación ha enviado esta
cena. Ya que está aquí, acéptenla y cómanla.
Todos estaban a punto de comer. De repente
apareció un brāhmaṇa. Dijo: “¡Oh,
rey! Tengo mucha hambre. Oí hablar de ti y vine”. Inmediatamente y sin
importarle el dolor de su hambre, con mucho gusto dio al huésped no invitado
una parte de su porción de la cena. Cuando estaba a punto de comer las sobras,
se presentó un hombre de casta baja. Rogó por la comida, y el rey le dio una
parte. El rey tenía visión equitativa. Veía a todos como una forma del Señor
Narayana, y era el Señor Narayana quien daba y se llevaba. No había otro dador
o receptor que Él. Estaba dispuesto a tener lo que sobraba. De repente apareció
un hombre santo con rizos enmarañados. Dijo: “¡Oh, rey! Tengo mucha hambre.
Quiero algo de comer”. Con gran amor, el rey le ofreció la comida sobrante. Solo
sobraba agua, que estaba a punto de beber, y un mendigo intocable apareció, rogando
por agua. Rantidev le dio el agua sobrante, y estaba muy contento en su
corazón.
Mientras el rey observaba, el mendigo
intocable se transformó en un dios radiante. Se presentó:
—Yo soy Dharmarāj. ¡Oh, rey! Tú eres
grande. Tu abnegación y sacrificio son muy encomiables. Estoy tan complacido
contigo. Puedes pedir cualquier favor que quieras.
Rantidev dijo:
—Yo no quiero nada más. Lo único que deseo
es devoción interna constante por el Señor.
Dharmaraj lo bendijo con el don de la
devoción y le dijo:
—Pronto te encontrarás con el Señor.
Mientras decía eso, el brāhmaṇa se transformó en el Señor
Vishnu. Sus manos sostenían una concha, un disco, una maza y un loto. Cuando
Rantidev vio la radiante forma del Señor, quedó abrumado de amor. El Señor
dijo: “¡Oh, rey! Tomé esa forma para probar tu renuncia y amor. Estoy tan
complacido contigo”. Mientras tanto, también aparecieron el hombre de casta
baja y el asceta con rizos enmarañados. El hombre de casta baja se convirtió en
Brahmā, y el asceta en Shankara. El rey estaba muy complacido de ver a los tres
dioses, Brahmā, Vishnu y Shankara. Su hambre desapareció. Su cuerpo débil y
arrugado fue refrescado y se hizo fuerte otra vez.
El Señor elogió fuertemente el sacrificio,
la paciencia y el amor del rey Rantidev y lo bendijo colocando su benevolente
mano sobre la cabeza del rey. El Señor dijo: “Nosotros, los tres dioses, somos
uno. No hay ninguna diferencia real entre nosotros”:
Sṛṣṭi-sthityanta-karaṇīṁ braḥma-viṣṇu-śivātmikāṁ,
sa saṁjñāṁ yāti bhagavān eka eva janārdanaḥ.
“Yo soy el único Señor Janardana, que toma
los nombres y las formas de Brahma, Vishnu y Shiva, para la creación, el
sostenimiento y la destrucción del universo”.
Rantidev dijo:
—¡Señor! Tengo el mismo sentimiento divino
por todo. No considero a nadie inferior a nadie. Considero que todos son una
forma de Brahman.
El Señor dijo:
—¡Bien! Mi darshan siempre tiene recompensa. Por lo tanto, pídeme cualquier
don.
—¡Oh Señor! Dharmarāj ya me ha dado el don
de la eterna devoción constante. Además de esto y tu compasión, ¿qué más puedo
pedir?
El Señor expresó su gran amor y le dijo:
—Insisto. Debes solicitar alguna bendición
de mi.
Rantidev dijo:
—¡Señor! Si insistes tanto, entonces pido:
que me sean dadas las aflicciones de toda la creación, y que todos los seres
estén libres de sufrimiento y sean felices. Que solo yo sufra sus aflicciones.
—¡Oh, rey! Esta es tu verdadera nobleza,
compasión e intenso amor universal. Si uno piensa con atención, en verdad el
dolor no es algo a lamentar. Es algo muy beneficioso. Destruye defectos como el
orgullo y da lugar a cualidades como el desapego. Si no hay dolor, nadie va a
desarrollar desapego del mundo. Sin desapego nadie alcanzará el logro supremo
de la devoción y el conocimiento. Por eso he hecho que el mundo sea transitorio
y una morada de dolor. Esta cuerda de dolor tira de las criaturas que se han
alejado del Señor y que están apegadas al mundo, llevándolos hacia el Señor.
Por lo tanto, las acciones buenas y malas de las criaturas deben permanecer con
las criaturas. No sería beneficioso, sino perjudicial que las criaturas estén
totalmente libres de dolor. Habría caos en el orden mundial. Por lo tanto, no
es adecuado que pidas esa bendición.
Escuchando la misteriosa explicación del
Señor, el Rey Rantidev se puso muy contento. Ofreció sus saludos al Señor con
las manos juntas y de nuevo dijo:
—¡Entonces, Señor! Por favor, dame solo el
don de la devoción, que es gratuita, una verdadera mina de la felicidad, y beneficiosa.
Pido solo esto, oh Océano de la compasión, Señor.
—¡Que así sea! — y se volvió invisible.
De esta manera, cuando un ser humano se deshace de las malas cualidades
como el orgullo, los celos, el odio y la lujuria, y desarrolla buenas cualidades
como la compasión, la generosidad, el amor y el desapego, destruye sus pecados
a través de acciones meritorias, trasciende la dualidad, y puede adorar al
Señor. En consecuencia, él alcanza el discernimiento del Señor y muchos otros
poderes. Así hace la vida humana consumada, bendita y exitosa.
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