lunes, 28 de enero de 2013

Estrofas 29 y 30


jarā-maraṇa-mokṣāya,
māmāśritya yatanti ye,
te brahma tadviduḥ kṛtsnam
adhyātmaṁ karam cākhilaṁ.
sādhi-bhūtādhi-daivaṁ māṁ,
sādhi-yajñaṁ ca ye viduḥ.
prayāṇa-kāle ‘pi ca māṁ,
te vidur-yukta-chetasaḥ (Gītā 7,29-30)
iti śrīmad-bhagavad-gītāsūpaniṣatsu brahma-vidyāyāṁ yoga-śāstre
śrīkṛṣṇārjuna-saṁvāde jñāna-vijñāna-yogo nāma saptamo ’dhyāyaḥ samāptaḥ

Aquellos que se rinden ante Mí, el Señor con forma y atributos, para liberarse de las varias aflicciones causadas por el mundo del nacimiento y de la muerte, y que se esfuerzan por realizar acciones sin deseo y adorando al Señor, quedan sin pecado y puros de corazón, al trascender la dualidad. Entienden el significado de “Eso”, El que preside el universo, el Brahman Supremo; también entienden el perfecto principio espiritual, el significado de “Tú”, existencia, conciencia y beatitud, el evidente Ser interior. También saben que el modo de ganar entendimiento de “Eso” y de “Tú”, es estar cerca del Guru, escuchar y contemplar. Algunos, incluso, meditan en Mí, el Ser, como un principio que es adhibhūta (que penetra todo), adhidaiva (que preside en todas las cosas) y adhiyajña (que ejecuta sacrificios). Con certeza saben que así; tal como el vapor, las nubes y el hielo no son sino formas del agua y no son diferentes, así, estos tres aspectos no son sino formas del Señor. Ellos me glorifican con sus mentes absortas en el sentimiento de unidad. En la muerte, el tiempo más difícil, trascienden la dualidad y se funden en Mí. Al realizarse, se liberan.


El Señor ShriKrishna le dice a Arjuna: “Los esfuerzos de las personas que han confiado solo en mí y que luchan por la liberación, con certeza dan fruto, tarde o temprano”. Naturalmente, todos desean estar libres de objetos indeseados. Este mundo, ligado al nacimiento y a la muerte, lo cual es una fuente de miseria, es indeseado. Todos quieren liberarse de un mundo así. Tal como el frío se retira en presencia del fuego y el hambre se acaba al comer, también, aquellos que toman refugio en el Señor, sin edad y sin muerte, se liberan de la ancianidad y de la muerte. En hindi y sánscrito, la ancianidad se denomina jarā. Uno de los significados más populares de jarā, en hindi, es pequeño o reducido. En la ancianidad todo se reduce, menos los deseos. Se reduce el comer, ver, escuchar, caminar y demás. La palabra jarā en sánscrito deriva del verbo raíz jṛ, que significa decaer, desgastar o marchitar. Cuando todo miembro del cuerpo se ha desgastado y puesto débil, ha llegado la ancianidad. Nadie quiere la ancianidad, pero llegado el momento, igualmente se impone, debido a la falta de control durante la vida.

Los jóvenes se burlan de la debilidad de los ancianos, pero deberían recordar que su juventud también pasará. No permanecerá para siempre. Un día tú también serás anciano. Al ver las flores marchitarse y caer, sería tonto que los capullos dijeran: “Estamos a salvo, no caímos”. Si hoy no es momento de caer, lo será mañana. De la misma manera, para los jóvenes de hoy, la ancianidad vendrá. “Cada día es diferente del próximo” es la ley invariable de la naturaleza. ¿Qué es este mundo? Es solo el juego de tomar turnos. Los niños tienen su turno de volverse jóvenes. Los jóvenes, de volverse ancianos; y los ancianos, de fallecer. El clima caluroso se pone frio y el fresco se vuelve caluroso. Así como la noche se convierte en día, la felicidad se vuelve tristeza. Así es el juego de los turnos que ocurre a cada momento en todo el mundo. El mundo es denominado duniya en hindi. Du quiere decir dos: dos dualidades mutuamente opuestas, felicidad y tristeza, mientras que niya o naya quiere decir renovar. Las dualidades de la felicidad y de la tristeza se van renovando entre sí.

La ancianidad, o “el cabello gris”, es una cita del dios del Tiempo. Al obtener esta cita, un ser humano debe contemplar al Señor con amor indivisible. Uno debe permanecer en guardia.

Por eso los grandes seres han dicho:

Kṛtāntasya dūtī jarā karṇamūle,
samāgatya vaktīti lokāḥ! śṛṇudhvaṁ,
parastrī-paradravya-vāṅchāṁ tyajadhvaṁ,
bhajadhvaṁ ramānātha-pādāra-vindaṁ.

“La ancianidad es un mensajero del dios de la muerte. Se acerca a las personas y le susurra al oído: ‘¡Ten cuidado! Escucha. He venido a tomarte; tienes muy poco tiempo durante el cual puedes intentar escapar de mí. La única manera de haceerlo es entregar tu pecaminoso deseo por la esposa y el dinero de otro, y adorar al Señor Ramā, al Señor Vishnu. Solo esto puede liberarte’”.

El sabio emperador Bhartruhari describe esta condición angustiante de la ancianidad, de la siguiente manera:

Gtraṁ saṅkucitaṁ gatir-vigalitā, bhraṣṭā ca dantāvaliḥ,
dṛṣṭir-naśyati vardhate badhiratā, vaktraṁ ca lālāyate,
vākyaṁ nādriyate ca bāndhava-jano bhāryā na śuśrūṣate,
hā kaṣṭaṁ puruṣasya jīrṇa-vayasaḥ putro ’pya-mitrāyate.

Un anciano se encuentra en tal angustiante condición, que todos sus miembros están disminuidos. Le es difícil realizar cualquier movimiento. Los dientes se le caen uno a uno. Su vista se pone débil. No puede ver claramente. Su oído se pierde cada vez más. Comienza a babear. Sus parientes no respetan lo que dice, le faltan el respeto. Dicen, “el viejo está perdiendo la cabeza”, lo insultan. Tampoco la esposa lo sirve más. Los niños que han sido criados con mucho cuidado, a quienes se les ha brindado educación, se han casado con extraños y se han ido, y comienzan a comportarse como enemigos del anciano. Esto es muy angustiante para él. Escucha una historia que ilustra esto:

Había un trabajador industrial de mucha riqueza. Cuando se hizo anciano, con gran amor donó toda su fortuna y propiedades a sus cinco hijos, sin guardarse ni un solo centavo. Sus hijos tomaron sus partes y se fueron cada uno por su lado. Decidieron que se turnarían en darle casa y alimento al padre. El anciano se cansó de que lo muevan de una casa a otra. Un día, los llamó y les dijo: “Denme un alojamiento para mí, así no me alboroto yendo y viniendo de un lugar a otro. Por favor, envíenme comida a la hora necesaria a ese lugar”. Los chicos arreglaron una vieja choza en ruinas para que viva. Pusieron un catre roto y un colchón que ya estaba para desechar. El pobre anciano comenzó a habitar esa vieja choza. Nadie en su familia lo llamaba ni le servía. Quería comida rica, suave y caliente en la hora correcta; lo que recibía era comida para nada apetitosa, fría y dura, y a cualquier hora. En el mundo existen hijos e hijas de lo más excelentes, como así también los peores de los peores. Normalmente hay más de los peores. Aquellos chicos eran de lo peor.

Por desatención, a veces no recibía nada de comer. El pobre tuvo que observar el ayuno del onceavo día del calendario lunar (un día auspicioso en India en que las personas religiosas ayunan) también en el cuarto día (un día auspicioso en que se preparan manjares y se ofrecen a Ganesh). Por eso el Guru y maestro universal Shankaracharya dice:

Yāvad-vittopārjana-saktaḥ, tāvan-niájaparivāro raktaḥ,
paścāj-jarjara-bhūte dehe, vārtāṁ ko ’pi na pṛcchati gehe.
bhaja govindaṁ bhaja govindaṁ govindaṁ bhaja mūḍhamate!

“Mientras el hombre sea capaz de hacer dinero, su familia, feliz, se queda con él. Cuando se pone anciano y no tiene dinero, su familia le da la espalda; a nadie le importa saber de él. Por eso, ¡oh, persona de poco entendimiento! No intentes complacer a la familia egoísta, abandona el apego, y dedica tu mente en constante adoración del Señor Govinda. Esta es la forma de obtener bienestar”.

Un día el hombre se angustió mucho. Con gran dificultad, se acercó a sus hijos y les dijo: “No recibo la comida  la hora adecuada, ni siquiera todos los días. Deberían organizarlo de manera apropiada”. Los chicos pusieron una campana en su choza y le dijeron, “Cuando no recibas tu comida, por favor toca la campana”. Ahora el anciano tenía que tocar la campana todos los días, ya que su comida nunca llegaba a menos que sonara la campana. Un día sus nietos fueron a jugar a su choza, y al irse se llevaron la campana. El hombre no recibió alimento y solo daba vueltas en su cama.

En ese momento, un antiguo mahatma llegó a la aldea. Ya había visitado ese lugar antes. Preguntó por el anciano. La gente le contó en detalle sobre el penoso estado en que se encontraba. El mahatma dijo: “Si el hombre está tan angustiado y necesitado, debo ir a verlo”. El gran ser visitó al anciano, acompañado por dos personas. Cuando vio al mahatma, el anciano comenzó a llorar cual niño pequeño. Al ver su angustia, el mahatma se llenó de compasión. Le consoló y también le instruyó acerca del desapego y de la devoción. Le dijo: “¡Mira, hermano! En este mundo egoísta a nadie le importa nadie. Por eso, entrega el apego a este mundo efímero e ilusorio. Repite el nombre de Rāma constantemente, con confianza y devoción. Tu bienestar yace en hacer esto”. Luego agregó: “Sin un plan, nadie escapa a su destino. Haz a los demás lo que te han estado haciendo a ti hasta ahora. Planeemos algo para que estas personas te sirvan de manera apropiada. Deberás mentir un poco del modo en que yo te diré. Guardaré un cofre de madera lleno de ladrillos y rocas, cerrado con una cerradura resistente. También haré que alguien cave un pozo por aquí cerca. Inventa una historia acerca de que has desenterrado algo de dinero, plata y oro escondidos secretamente, y los has guardado en este cofre. Diles, ‘Mi Guru ha venido desde Haridwar. Iré a acompañarlo hasta las orillas del Ganges. Planeo inaugurar mi propio dharmashala (casa de caridad) y un comedor. Pasaré el resto de mi vida haciendo caridad, ganando méritos y repitiendo siempre el nombre del señor. Por último, planeo dejar este cuerpo en el Ganges’. Pero debes asegurarte de que nadie toque el cofre, ni tampoco la llave. Debido a su apego material, su ambición por este tesoro ficticio, las personas te tratarán amablemente de hoy en más. Pero bajo ningún motivo debes olvidarte repetir siempre el sagrado nombre del Señor”.

Habiéndole dado estas instrucciones, el mahatma (la gran alma) le dio el cofre al anciano y se marchó. La familia pronto se enteró de que el anciano poseía un cofre lleno de dinero y tesoros; los hijos y las nueras, que nunca lo habían visitado, ahora lo frecuentaban. Repetidamente le preguntaban al anciano qué tenía el cofre, quien les contó la historia que el sabio le había indicado. Sus hijos le dijeron, “¡Padre, los negocios andan mal! No gastes todo ese dinero en caridad, ¡nunca te abandonaremos, no te dejaremos ir! Si te vas, ¿cómo vamos a conservar nuestra dignidad?”. Dijeron a sus esposas: “¿Qué miran? Tienen que servir a papá, mucho. Aliméntenlo con comida caliente, suave y sabrosa, halwa y puris, sino toda esa fortuna desaparecerá”. Desde ese momento, las nueras mimaron al suegro. Le dieron una cama cómoda y lo vistieron bien. Lo visitaban varias veces al día. Siempre lo custodiaban de manera que no huyera con el cofre. Además, el anciano continuaba repitiendo: “Rama, Rama” con su rosario, y se reía al pensar: “Este servicio no es para mí, sino para la riqueza dentro del cofre. Soy la misma persona que antes no le importaba a nadie. ¡Oh! ¡Qué mundo egoísta es este! El mahatma lo describió correctamente”.

Como los hijos insistían mucho, el anciano aceptó quedarse. Todos en la casa esperaban noche y día que el anciano muriera y poder meter las manos en el cofre. Un día, los ojos del anciano se cerraron para siempre, y el pájaro de su aire vital se fue volando. Cuando abrieron el cofre encontraron que no había oro ni plata ni dinero, sino que estaba lleno de rocas. Todos en la familia gritaron que el anciano los había engañado. Un vecino les dijo que ellos antes lo habían engañado al anciano, y que como luego él los engañó a ellos, ahora estaban a mano. ¡Lo que va, vuelve!

La ancianidad es causa de mucho sufrimiento, y la gente sabia quiere escapar. Más aún, la muerte también es muy dolorosa. Por eso nadie quiere escuchar de ella. Tienen tanto miedo de la muerte. Si tienen una pequeña enfermedad, ven la sombra de la muerte. Llaman a los doctores y les piden que los salven. Pero, ¿cómo pueden los doctores salvar a alguien de la muerte, cuando ni siquiera ellos están libres de ella? Por eso un erudito dice:

Mṛtyorvibheṣi kiṁ mūḍha! bhītaṁ muñcati kiṁ yamaḥ,
ajātam naiva gṛḥṇāti kuru yatnamajanmani.

“¡Oh, persona de poco entendimiento! ¿Por qué tienes miedo a la muerte? ¿Vas a evitar al dios de la muerte con tu miedo? Si un pichón cierra sus ojos por el miedo, ¿el gato lo dejará libre? Por eso, no temas a la muerte. No podrás escapar de ella. En cambio, comienza a hacer esfuerzos para no renacer. Si no hay nacimiento, ¿cómo puede haber muerte? Solo aquel que nace, muere. Mientras que un ser sin nacimiento no puede morir”.

De este modo, el mundo limitado, inerte y visible de nombres y formas, ligado con la vejez y la muerte, está lleno de pena. Por eso deberían tener un fuerte deseo de salir de él. El medio de escapar es refugiarse en el único, sin edad e inmortal Señor. Tal como la gente toma refugio en la sombra fresca para escapar del calor sofocante, así también, quienes se refugian en el Señor se escapan de una vez por todas del angustiante ciclo de nacimiento y muerte. Por lo tanto, para lograr desapego siempre recuerden a la muerte, y para lograr la liberación recuerden constantemente al Señor. Narayana Swami dice:

Do bātanako bhūla mat, jo cāhata kalyāṇ,
‘nārayaṇa’ ika mautako dūjā śrī bhagavān.

“No olvides dos cosas, si necesitas mejorar tu destino,
¡Oh Narayana! Una es la muerte, la otra, el Señor”.

Cuando tomamos un rosario y nos sentamos a adorar al Señor, deberíamos pensar que detrás de nosotros se encuentra la muerte, lista para asfixiarnos. Al pensar en la muerte, el corazón desarrolla un repentino desapego, los apegos del mundo se desvanecen y la mente se concentra en adorar.

Había un hombre que tenía fe y confianza en el Señor. Anhelaba adorar al Señor. Pero no podía llevar a cabo su adoración debido a sus varias distracciones mundanas. Pensó: “¿Cuándo me libraré del lío mundano y me podré sentar a adorar al Señor?”. Solía visitar a un gran ser que vivía en un lugar solitario y disfrutaba de adorar al Señor. Un día, le mostró la palma de su mano al mahatma y le preguntó: “Dime cuándo voy a morir. ¿Cuántos años más voy a vivir?”. El gran ser le preguntó por qué le hacía semejante pregunta. Le dijo: “¡Maharaj! Si sé que me quedan cinco años, cuidaré los asuntos del mundo durante dos o tres años, y en los últimos dos años dejaré toda mi carga de responsabilidades, me retiraré de todo, y adoraré muchísimo al Señor”.

Con la idea de que “las buenas cosas deben ser realizadas muy rápidamente. No es bueno esperar demasiado”, el gran ser miró la palma del hombre y le dijo: “¡Hermano! Tu vida acabará esta noche. La muerte te tomará esta misma noche”.

Al escucharlo quedó consternado. Caminó a su casa en silencio y dijo a su familia: “No comeré esta noche. Permaneceré sólo, adorando al Señor. Asegúrense de que nadie me moleste”. ¿Puede tener apetito quien ha sido sentenciado a muerte? Ciertamente no. Cerró la puerta de su habitación, con miedo por su inminente muerte, y se volvió completamente desinteresado de las cosas del mundo. Recordó y contempló al Señor con plena concentración. Estuvo tan absorto toda la noche adorando al Señor que no se dio cuenta de que estaba amaneciendo. Con sorpresa vio que no había muerto, sino que estaba vivo. ¿El mahatma se había equivocado?

Se lavó, se bañó y fue a lo del santo. Ofreciéndoles sus salutaciones, le dijo:

¡Maharaj! Tu predicción fue errónea.

¡Hermano! Te he dicho la verdad, pero dime primero qué has estado haciendo toda la noche.

Me dio tanto miedo la muerte que estuve despierto toda la noche adorando al Señor. Pero, ¡Maharaj! Adoré con tal concentración que nunca antes había sentido en mi vida.

¡Bien! Has repetido el nombre del Señor toda la noche— dijo el santo—. ¡Mira, hermano! Hay tanto poder en repetir el nombre del Señor que hasta la muerte huye. Eso es lo que dicen las escrituras. Anoche la muerte iba a acercarse a ti, pero el poder de tu adoración debió mantenerla lejos. Esta noche debes ser muy cuidadoso. Con amor y concentración, día y noche, debes repetir el nombre del Señor. De otra manera, la muerte terminará con tu cuerpo. Por eso, deja la indolencia y el descuido. Para liberarte de tu miedo a la muerte, repite siempre el nombre del Señor.

El devoto fue fiel. Consideró verdadera la ingeniosa sentencia del santo, y mientras realizaba tareas mundanas esenciales, con una mente desapasionada, siguió repitiendo el nombre del Señor. Resumiendo: la adoración no se realiza sin desapego ni el desapego se logra sin el pensamiento de la muerte. Por eso, para desapegarse y adorar al Señor, piensa siempre en la muerte. Un gran ser devoto lo expresó muy agradablemente:

Binu virāga upajata nahīṅ, śrīkṛṣṇa-caraṇa anurāga,
haripada rati-bina jagatameṅ jīvana nipaṭa-abhāga.

“Si no eres desapasionado, jamás nacerá la pasión por los pies de ShriKrishna. Sin afecto por los pies de Hari, la vida en el mundo es en verdad desolada”.

Para lograr la liberación la gracia del Señor y el esfuerzo son esenciales. Aquel que se esfuerza puede recibir la gracia del Señor. Alguien perezoso no puede recibir la gracia del Señor. El Señor nunca ayuda a alguien que no se ayuda a sí mismo y que siempre rueda en la indolencia. El Señor ayuda al que está ocupado ayudándose a sí mismo. Tal persona abandona la pereza y la negligencia por completo, sostiene el esfuerzo para realizar al Ser, y además tiene la convicción de que “Yo pertenezco al Señor. El Señor es mío. Tengo una eterna relación espiritual solamente con el Señor. Así es que no puedo estar separado del Señor. No tengo una relación permanente con este cuerpo, ni con esta casa ni con otros objetos mundanos. No tenía relación antes de que este cuerpo naciera ni tendré ninguna relación cuando el cuerpo se muera. En el medio, la relación es meramente imaginaria. Por eso, me refugio en el Señor, mi única y verdadera relación. Al volverme un buscador, me rindo ante Él. El Señor me conoce y yo conozco al Señor. Yo percibo al Señor, entonces Él me percibe a mí”. De esta manera, cualquiera que realice esfuerzos para depender del Señor con amor incondicional, reúne los requisitos para recibir la gracia del Señor.

A través de la gracia del Señor se conoce la verdadera y perfecta naturaleza del Señor. Esto quiere decir que, a través de la experiencia del principio espiritual mismo, reconoce la naturaleza total de Brahman. Mientras un ser humano no conozca su propia naturaleza espiritual, nunca podrá conocer el Principio del Ser Supremo. Es decir, cuando haya aprendido su propia naturaleza completa, no perderá tiempo en conocer el Principio del Ser. Esta es la doctrina real del vedanta. En la Kaṭhopaniṣad, Dharmarāj le dice a Naciketā:

Yadeveh tadamutra, yadamutra tadanviha,
mṛtyoḥ sa mṛtyum-āpnoti ya iha nāneva paśyati (Kaṭhopaniṣad 2|1|10).

“Aquello que existe en el individuo también existe en el Gobernante Supremo; lo que existe en el Gobernante supremo existe también en el individuo. Es decir, el mismo ser consciente existe en un individuo y el huevo primordial (universo). Cualquiera que contemple diferencias entre este Principio de no diferencia, continúa girando en este ciclo de nacimiento y muerte”.

Aquel que preside este cuerpo, que brilla, que existe en y que da la vida al cuerpo, es, de hecho, todo. Esto significa que el propósito supremo del mundo “Tú” es el principio espiritual, que es perfecto y sin atributos que lo definan, como lo es el cuerpo. Es también el objetivo de la palabra “Eso”, que es el Ser Supremo, la causa de todo el universo, la esencia de maya, puro y sin cualidades. La declaración “Ese ser supremo es Yo” es conocida solo por la persona que se retira del mundo entero, se refugia en el único Señor con atributos y formas, y continúa realizando su acción destinada sin deseos por el resultado, ofreciéndoselo al Señor. A través de esa acción limpia su instrumento interno (mente, intelecto, ego y corazón) y lo vuelve enfocado en un único punto. Logra el medio perfecto que lo conduce al conocimiento directo. Las acciones dirigidas específicamente hacia el logro de la realización son el acercamiento a un Guru instruido y establecido en el Ser, y escuchar, reflexionar y contemplar. Las upaniṣads también describen las mismas acciones:

Tad-vijñānārthaṁ sa guru-mevābhi-gacchet śrotriyaṁ braḥma-niṣṭhaṁ (Muṅḍakopaniṣad 1,2,12).

Ātmā vā ’re draṣṭavyaḥ śrotavyo mantavyo nididhyāsitavyaḥ (Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad 4,5,6).

“Para obtener la experiencia de primera mano del Principio de la Verdad Suprema, el buscador debería acercarse a un Guru. Maharshi Yājñavalkya le dice a Maitreyi, “¡Oh, Maitreyi! Es esencial realizar al Ser. El objetivo es percibir al Ser. Los pasos exitosos hacia el logro de este objetivo son la escucha, la reflexión y la contemplación”.

“De esta forma, como se declara en las referencias citadas de las upaniṣads y su anterior discusión, las acciones que deben llevarse a cabo para conocer el real principio de Brahman no diferente son los pasos mencionados y ningún otro. Por eso es esencial realizar estas acciones”.

Así como Yo, el Señor, soy el Principio del Ser Supremo, soy además la influencia omnipresente (adhibhūta), la deidad que preside (adhidaiva) y el sacrificio principal (adhiyajña). El grupo de objetos creados y destruidos, que tienen nombre y forma, se llaman adhibhūta. De acuerdo a la shruti (upaniṣad), sarvaṁ khalvidaṁ braḥma (Chāndogya Upaniṣad 3, 14,1); siguiendo el principio de silogismo y la refutación de lo contrario, estos objetos también son de la naturaleza del Señor. El grupo de sentidos de todas las criaturas está presidido por el Huevo Dorado Primordial situado en la esfera del sol. Esa es la deidad que preside. Llena el universo entero y mora en todos los puris (pueblos) tomando la forma de los cuerpos de las criaturas. Esa es la razón, también es llamada puruṣa. Esa deidad que preside, puruṣa, es también el Señor, Yo mismo. En todos los cuerpos funciona un sacrificio de vida. Ese sacrificio principal está dominado por el Señor Vishnu. Entonces Él es también el sacrificio principal puruṣa, que es además, Yo mismo, el Señor.

En la estrofa ocho Arjuna realiza muchas preguntas al Señor, Kim tad braḥma kimadhyātmaṁ?, “¿Qué es Brahman? ¿Qué es la Verdad Suprema?”. El Señor mismo responderá esas preguntas, por eso serán ampliamente explicadas en el capítulo ocho. De esta manera, “Aquellos que limitan su mente a Mi naturaleza, que es el Ser de todo, la unidad ininterrumpida e indivisible, que lo llena absolutamente todo, son jñanayogis (yogis conocedores). Me conocen como soy en el difícil momento de la muerte y permanecen absortos en incesante dicha no dual.

Jā marivo ko jaga ḍare, so mere mana ānand,
kaba mari hoṅ kaba pāi-hoṅ pūraṇa-paramānand.

“La muerte, temida por el mundo, en mi mente es dicha.
¿Cuándo moriré, cuándo alcanzaré la completa Dicha Suprema?”.

Nunca se molestan por las angustias de la muerte. La vida de tales grandiosos seres que son jñanayogis y devotos enfocados, es bendita, valerosa, verdadera, y ejemplar.

Hariḥ om tatsat, śivo ’haṁ śivaḥ sarvam.

Así finaliza el néctar de las disertaciones sobre el séptimo capítulo de la Bhagavad Gita, pronunciada en Mumbai, Vile Parle, Sannyāsāśram, por el erudito, establecido en Brahman, Śrimat Parama Haṅsa Parivrājakācārya Mahāmaṇḍaleśwar Reverendo Swami Maheśwarānandaji Mahārāj.

Fin

Parākṛtana-madbandham, param brahma narākṛti,
saundarya-sāra-sarvasvaṁ, vande nandātmajaṁ mahaḥ.
namaḥ śivāya niḥśeṣa-kleśa-praśama-śāline,
triguṇa-granthi-durbhedya-bhava-bandha-vibhedine.
namāmi yāminī-nāthalekhā ’laṅkṛta-kuntalāṁ,
bhavānīṁ-bhava-santāpa-nirvāpaṇa-sudhānadīṁ.
bhujaṅga-māṅga-śāyine vihaṅga-māṅga-gāmine,
turaṅga-māṅga-bhedine, namo rathāṅga-dhāriṇe.
oṁ pūrṇa-madaḥ pūrṇamidaṁ pūrṇāt-pūrṇa-mudacyate,
purṇasya pūrṇamādāya, pūrṇamevāvaśiṣyate.
oṁ śāntiḥ śāntiḥ śāntiḥ,
śrīrastu tuṣṭirastu puṣṭirastu sarvā-bhīṣṭa-siddhirastu,

“Él me ha liberado de la esclavitud,
Brahman Supremo tomando forma humana,
quintaescencia de la belleza en todo,
ofrezco mis salutaciones a aquel hijo de Nanda.
Salutaciones a Shiva que es experto
en limpiar toda angustia sin dejar rastro,
cortando en partes separadas el nudo de los tres guṇas,
remueve las restricciones de lo mundano.
Me inclino ante la Diosa Bhavāni,
adornada con la luna creciente en su cabello,
extinguiendo el fuego de lo mundano,
ella es un río de elixir.
Al Uno, durmiendo en la serpiente enrollada,
que monta a Garuḍa, el águila,
rompiendo los caballos (el poder excesivo de la mente),
sosteniendo su disco,
le ofrezco mis salutaciones.
Om.

Eso es perfecto, esto es perfecto.
Esta perfección ha sido proyectada desde la perfección.
Cuando esta perfección se funda con aquella perfección,
todo lo que quede será perfecto.
Om. ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!

Que todos prosperen. Que todos estén contentos.
Que todos sean fuertes. Que todos estén realizados.

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