Tribhir-guṇamayair-bhāvairebhiḥ
sarvamidaṁ
jagat,
mohitaṁ
nābhijānāti
māmebhyaḥ
paramavyayaṁ (Gita 7,13)
“Todas las criaturas están hechizadas por las propiedades de los tres gunas, sattva, rajas y tamas, que es por lo que no me conocen,
el inmortal, inmutable Ser Supremo, que trasciende los tres gunas”.
El Señor, cuya naturaleza es dicha infinita, le dice a Arjuna que,
porque está obsesionado, el mundo entero no Lo conoce. Es decir, debido a la
obsesión se han quedado ciegos, y no Lo pueden ver bien. La obsesión implica
engaño y ausencia de discernimiento. Cuando uno está engañado, no se tiene
conocimiento ni discernimiento. Al no tenerlos, uno se vuelve inquieto. Y un
ser inquieto no conoce su verdadera naturaleza. Yathā rajjvāṁ sarpabhrameṇa vyākulaḥ sarpātparāṁ rajjuṁ na jānāti,
tadvat, “Así como una persona se agita por serpiente ilusoria, sobreimpuesta
a una cuerda, y no reconoce la cuerda que va más allá de la serpiente”, las
innumerables criaturas obsesionadas con las sensaciones creadas por los tres gunas, no conocen al Soberano Supremo
que trasciende los gunas: el
increíble, eternamente puro, sin forma, omnisciente, libre, que reside más de
cerca en todas las criaturas, que sobrepasa todo, que es el fundamento de todas
las ideas, y sin embargo es desprovisto de cualquier propiedad, modificación o
dualidad, que es una masa de dicha. No conocer su propia naturaleza, experimentar
el mundo como diverso y problemático es la desafortunada situación en la que se
encuentran las engañadas criaturas sin discernimiento. El Señor expresa Su compasivo
dolor por tales criaturas.
Uno de los sabios de nuestros evidentes y auspiciosos vedas ora al Señor
que mora en nosotros para ser liberado de los grilletes de los tres gunas.
Oṁ uduttamaṁ varuṇa! Pāśamasmad,
avādhamaṁ vi madhyamaṁ śrathāya,
athā vayamāditya! vrate tava,
anāgaso aditaye syāma” (Ṛgveda 1,24,15, Yajurveda 12,12,
Atharvaveda 7,83,3).
“¡Oh Varuṇa, digno de adoración! ¡Oh, tesoro de verdad y dicha! ¡Oh
Aditya, Señor autoluminoso, cuya naturaleza es el mundo sensible e insensible!
Por favor, destruye los grilletes, tanto los elevados, como los corrientes y
los humildes, dándonos la fuerza del discernimiento y el conocimiento. Con gran
confianza nos sumergimos en adoración incesante a ti, oh Soberano del Universo.
Que seamos libres de todo pecado y debilidad. Libres de la percepción de la
dualidad, ¡que seamos capaces de alcanzar el estado de Brahman, que carece de
aflicciones, y es indiviso, no dual, y la masa de la dicha suprema!” Esta es
nuestra plegaria.
A menos que los tres tipos de grilletes sean destruidos, no podemos
alcanzar el estado de Brahman. Los grilletes más elevados son los formados por sattvaguṇa, porque este es el guṇa que da lugar a los mundos más elevados.
Rajoguṇa concede las cadenas del
mundo corriente, mientras que las humildes cadenas de tamoguṇa son la causa de nuestra caída. En la Gita el Señor dice:
Ūrdhvaṁ gacchanti Sattvasthā madhye tiṣṭhanti rājasāḥ,
Jaghanya-guṇa-vṛttisthā adhogacchanti tāmasāḥ (Gītā
14,18).
“Las personas establecidas en sattvaguṇa
van a los mundos celestiales más elevados; las establecidas en rajoguṇa permanecen en el mundo humano corriente,
y las establecidas en los efectos de tamoguṇa,
tales como el sueño, el descuido y la indolencia, experimentan la caída, para
reencarnar en las especies inferiores, como insectos y animales”.
Los tres gunas nos amarran y
por lo tanto son llamados grilletes. Sattvaguṇa,
a pesar de que es pura y da lugar a la brillantez, el conocimiento, el
bienestar y la felicidad, se convierte en una causa de esclavitud cuando, al
hacerlo, también crea el apego y sentimientos egoicos tales como: “Soy feliz”, “Soy
un genio”, “Este es el medio para ser feliz”. Una hermosa cadena de oro o plata
aprisiona con la misma eficacia que una fea de hierro. Por eso, el primer sabio
real, Bharat, quien era sumamente sáttvico, que renunció a todo deseo y
permaneció en soledad, por compasión se apegó a un cervatillo; este es el
efecto de sattvaguṇa.
Un día el rey Bharat, que había renunciado a su reino y se había retirado
al bosque solitario, estaba repitiendo om
mientras tomaba un baño en el gran río Gaṇḍaki. Una solitaria hembra de ciervo,
inquieta por la sed, salió del bosque para beber agua. Cuando empezó a beber,
oyó cerca el rugido de un feroz león y se asustó. De un salto, se tiró al río. Estaba
indefensa. Embarazada, su ciervo bebé salió de su vientre y cayó en la
corriente. Aislada de su rebaño, agotada por el parto y el miedo al león, se
arrastró hasta una cueva y murió.
Bharat vio al cervatillo recién nacido, arrastrado por la corriente. Conmovido,
lo recogió y lo llevó a su ashram.
Poco a poco se hicieron amigos, pasaba más y más tiempo con él, le daba alimento
y refugio, lo protegía de los animales salvajes y lo llenaba de amor. Una a una,
sus prácticas espirituales, como la adoración, el recordar al Señor y la
meditación, fueron abandonadas. Debido a su obsesión con el pobre cervatillo indefenso,
que había perdido a su rebaño, pensó que el destino lo había puesto a su
cuidado. Después de todo, no tenía parientes, y ahora lo consideraba como su
única familia. Confiaba plenamente en él. Bharat conocía las consecuencias del
pecado de abandonar a los que buscan refugiarse en uno, así que tenía que ocuparse
de criar al huésped, aunque no hubiera sido invitado. Los sabios que protegen a
los afligidos hacer grandes sacrificios por el bien de quienes toman refugio en
ellos.
A medida que su apego por el cervatillo crecía, la mente del rey Bharat se
apegó por su amor por él, y lo mantenía cerca suyo mientras estaba sentado,
durmiendo, comiendo y realizando todas las tareas cotidianas. Lo llevaba al
bosque cuando juntaba tubérculos, raíces, frutos y flores. En el camino, de vez
en cuando, lleno de amor, lo alzaba y llevaba sobre sus hombros. A veces, al abrazarlo
contra su pecho, entraba en éxtasis. Cuando iba al bosque sin él, se ponía tan
triste como un avaro que había perdido su dinero. Pensaba en él constantemente,
sufriendo los dolores de la separación. A su regreso se calmaba, y le expresaba
su amor. Le acariciaba la espalda y susurraba: “¡Mi bebé! Que siempre seas feliz.
No te vayas. ¡Quédate conmigo!”.
De esta manera el rey mendicante Bharat, debido a su destino, cayó desde
el propicio camino de las prácticas espirituales, todo debido a su gran
compasión por el cervatillo. Antes había renunciado al amor de sus hijos
biológicos, tan difícil de dejar atrás; había renunciado a los lujos de un
imperio enormemente rico, por no mencionar las tentaciones tan desarrolladas de
los placeres sensoriales. Él los consideraba a todos como obstáculos en el
camino de la liberación. ¿Cómo, entonces, podía estar tan apegado a un hijo de
otra especie? Solo debido a sattva: debilidad
y esclavitud causados por la bondad, la compasión y un destino débil. Ahora la
muerte, terrible y poderosa, y la más difícil de evitar, preguntó por él como
una serpiente en una ratonera. El rey vio a su amado ciervo gimiendo cerca, como
su fuera su propio hijo. Dejó su cuerpo con su mente apegada al ciervo. El
Señor, fuente de dicha, ha dicho en la Gita:
Yaṁ yaṁ vāpi smaran-bhāvaṁ tyajatyante kalevaraṁ,
taṁ tamevaiti kaunteya! Sadā tadbhāva-bhāvitaḥ (Gītā 8,6).
“¡Oh, Arjuna, hijo de Kunti! El estado de conciencia en que una persona
está cuando abandona el cuerpo, ese estado la persona alcanza, habiendo pensado
en ello constantemente”. Los hábitos del pensamiento por lo general tienen
influencia en la muerte.
En consecuencia, el sabio real Bharat tomó el cuerpo de un ciervo. Pero
por el poder de las prácticas espirituales que había hecho, el recuerdo de su
vida anterior no fue destruido. Sabía por qué había tomado el cuerpo de un
ciervo, y se arrepintió. Una y otra vez, pensaba, “¡Qué pena que caí del camino
propicio! Habiendo renunciado a todos los apegos, había dirigido con atención
mi mente al Señor, el Ser interno de todo, a través de la devoción y el
conocimiento, viviendo en un bosque sagrado solitario. Pero, ¡ay! La misma mente
estúpida formó un nuevo apego, y degeneró en debilidad y el vínculo sáttvico de
la compasión”. Con desapego, ayunó y abandonó su cuerpo de ciervo en el río Gaṇḍaki.
Entonces, en su siguiente encarnación fue Jaḍabharat, y alcanzó la liberación a
través de su firme conocimiento y confianza.
Así que incluso sattvaguṇa a
veces puede llegar a ser una causa de esclavitud. Aquellos que desean la
libertad tienen que tener cautela con los actos compasivos y otras consecuencias
de sattvaguṇa.
Rajoguṇa da lugar
a la pasión, la sed, el apego, y el enredarse en las acciones mundanas. Estos
sentimientos nos encadenan y traen la desgracia. La pasión incluye el deseo por
el sexo opuesto; la sed incluye el deseo de objetos de los sentidos. El apego incluye
el deseo de encontrarse con los hijos, familiares y amigos. El enredarse en las
acciones mundanas comprende sentimientos tales como “yo estoy realizando esta
acción”, y “yo voy a disfrutar del resultado de esta acción”. En las garras de
estos sentimientos, un individuo, que en realidad es un no hacedor, se ve obligado
a volverse orgulloso de hacer las acciones percibidas y no percibidas. Ellas
traen méritos y pecados, y producen nuestra reencarnación como una criatura de
una especie superior o inferior. Dado que esto también es esclavitud, los
sentimientos rajásicos son llamados grilletes.
Las características de tamoguṇa
son negligencia, indolencia y sueño. Puesto que son causas de esclavitud,
también son cadenas. La negligencia o descuido hace que uno abandone los
deberes propios y participe de actividades inútiles. Desperdicia la valiosa vida
humana, que se obtiene solamente después de ganar méritos en muchas vidas,
difícil incluso para los dioses, y es el único medio de liberación. Por eso se
dice:
Āyuṣaḥ kṣaṇa eko ’pi, sarva-ratnairna labhyate,
sa vṛthā nīyate yena, sa pramādī narā-dhamaḥ.
“Ni todas las joyas en el mundo pueden ser negociadas ni por un solo
momento perdido de la vida humana. El que pierde un momento tan valioso es una
persona inferior e irresponsable”.
En el segundo capítulo del Bhagawat
hay una descripción de cómo la vida de una persona inferior e irresponsable es
desperdiciada innecesariamente:
Nidrayā hriyate naktaṁ, vyavāyena ca vā vayaḥ,
divā cārthe-hayā Rājan! kuṭumba-bharaṇena vā.
dehāpatya-kalatrādi-ṣvātma-sainyeṣva-satsvapi,
teṣāṁ pramatto nidhanaṁ paśyannapái na paśyati (Bhāgawat
2,1,3-4).
“Toda la vida de las personas negligentes, que están unidas a los objetos
de los sentidos, es gastada en noches de sueño o placeres sensorios, y en días
de ganar dinero o cuidar a la familia. Las personas ignorantes están tan apegadas
a sus cuerpos, cónyuges, hijos y otros familiares, que miran sin ver en qué se
están perdiendo sus vidas”.
No se adquiere absolutamente ningún beneficio de la larga vida de una
persona disoluta y negligente; es un mero desastre. Por el contrario, la vida
muy corta de una persona cuidadosa, con discernimiento, tiene gran beneficio.
En el Bhagawat se describe este tema a
través de un ejemplo del sabio real Khattvānga:
Kiṁ pramattasya bahubhiḥ parokṣai-rhāya-nairiha,
varaṁ muhūrtaṁ viditaṁ ghaṭeta śreyase yataḥ.
Khaṭvāṅgo nāma rājarṣir-Jñātveyattā-mihāyuṣaḥ,
muhūrtāt-sarva-mutsṛjya gatavānabhayaṁ Hariṁ (Bhāgawat
2,1,12-13).
“¿En el mundo, cuál es el beneficio de una vida larga y negligente dándole
la espalda al Señor y dedicada a los placeres sensoriales? No es más que un
desastre. Por el contrario, preferimos una vida muy corta, que esté llena de
conocimiento, devoción y desapego. El sabio real Khattvānga, cuando se enteró
de su muerte inminente, dejó todo en un momento y alcanzó a Shrihari, que
otorga intrepidez”.
A pesar de que hay disponibles oportunidades fáciles para ganar la
libertad, es negligente quien no se esfuerza por conseguirla, aún siendo el
objetivo principal de la vida. En el capítulo onceavo del Bhāgawat, esta negligencia es llamada suicida:
Nṛdeha-mādyaṁ sulabhaṁ sudurlabhaṁ,
plavaṁ sukalpaṁ guru-karṇa-dhāraṁ,
mayā ’nukūlena nabhasva-teritaṁ,
pumān bhavābdhiṁ na taretsa ātmahā (11,20,17).
“El cuerpo humano es lo más importante (es decir, es la causa más
importante para la obtención de todos los resultados deseados). Para aquellos
que realizan buenas acciones, es lo más fácil, y para aquellos que realizan
malas acciones, es lo más difícil. Es como un barco robusto para cruzar el
océano de la mundanalidad. El Guru es su navegante. Con el viento favorable de
Mi gracia, es impulsado a través del océano. Aquel que no cruza el océano de la
mundanalidad, incluso después de la obtención de un cuerpo humano, es suicida.
Uno es su propio enemigo y se destruye a sí mismo”.
No actividad o estupor, también es llamado pereza. La inercia bloquea
cualquier entusiasmo en la persona. El dormir, perdiendo conciencia de todos
los órganos sensoriales externos, es un estado especial de tamoguṇa. Tamoguṇa
también demuestra ser causa de esclavitud a través de estados como el descuido.
Así, desde tiempos inmemoriales, el mundo sensible e insensible es obsesionado
y encadenado por los estados sáttvicos, rajásicos y tamásicos. De ahí que el
mundo no pueda conocer el Alma Suprema, que trasciende todos estos estados. En
consecuencia, el mundo experimenta continuamente cientos y miles de
aflicciones, tales como repetidos nacimientos y muertes.
Los cinco sentidos, oído, tacto, vista, gusto y olfato, son
modificaciones de los tres guṇas; las criaturas están obsesionados con ellos.
Debido a este obsesionamiento, los cinco órganos sensoriales, orejas, piel,
ojos, lengua y nariz, se sienten atraídos hacia sus respectivos objetos sensoriales.
Por lo tanto, el alma individual tiene que sufrir muchos problemas. En el Bhagawat, el más grande devoto Prahlad
dice en alabanza al Señor Nrsimha:
Jihvaikato ’cyuta! Vikarṣati mā ’vitṛptā,
śiśno ’nyatastvagudararṅ śravaṇaṁ kutaścit,
ghrāṇo ’nyataścapaladṛk kva ca karmaśaktiḥ
bahvayaḥ sapatnya iva gehapatiṁ lunanti (Bhāgawat
7,9,40).
“¡Oh, Maestro Achyuta (firme)! Al igual que las muchas esposas de un
hombre tiran de él hacia sí y le acosan, la lengua insaciable hacia un lado, el
lascivo órgano sexual hacia otro, la piel, el estómago, las orejas hacia un tercer
lado, los ojos vacilantes hacia otro lado, las manos y los pies, todos los
órganos de acción, tiran de las criaturas en todas las direcciones y les acosan
constantemente”.
¿Por qué hablar de muchas esposas? Incluso si un hombre tiene solo dos,
es acosado por ellas.
En una ciudad vivía un señor que tenía dos esposas, ambas físicamente
fuertes y beligerantes. Víctimas del deseo y los celos, luchaban constantemente
entre sí. El caballero, que trabajaba todo el día, regresaba a casa tarde por
la noche. Las exhortaba a dejar de pelear, pero ellas se negaban a hacer las
paces. Una tarde, al regresar a casa, las vio discutir contundentemente. Se
insultaban recíprocamente con fuerza. Cuando el caballero empezó a subir las
escaleras, la mujer que vivía abajo, agarró su pierna y le dijo: “¿Por qué vas
arriba? Yo vine a esta casa primero. No voy a dejar que te vayas arriba con esa
perra, de ninguna manera”. Entonces la mujer que vivía arriba, oyendo esto,
agarró su mano y gritó: “¡Déjalo, perra! Él me trajo aquí para que poder
escapar de tus garras”.
El señor era débil, y estaba muy cansado por el trabajo de oficina, tenía
hambre y sed, y las peleas en su casa lo debilitaban aun más. No tenía fuerzas
para soltar su mano o su pierna. Suavemente trató de hacerles entender. Pero
las dos mujeres lo tenían en su poder. La mujer de la planta baja le dijo: “No
voy a dejarte ir. Dile a la mujer de arriba”. La mujer del piso de arriba dijo:
“No puedo soltarlo o dejarlo bajar. Lo soltaré solamente cuando hayas subido”.
Este tira y afloje duró toda la noche. El caballero sollozó, pero las
dos mujeres eran impasibles ante su llanto y dolor. Cada una estaba resuelta en
lograr su objetivo. Los vecinos habían comido e ido a la cama, no podían
aliviar su sufrimiento. Al amanecer, cuando escucharon los gritos del pobre
hombre, corrieron en su ayuda, y con amenazas y regaños, con gran dificultad,
lo liberaron de sus dos esposas. Por una extraña coincidencia, un ladrón había
entrado a la casa para robar la noche anterior. Había estado esperando que
terminen su lucha para poder seguir adelante con su trabajo. Sin embargo tuvo
mala suerte, y el tira y afloje duró toda la noche. Cuando llegaron los vecinos,
lo vieron escondido en un rincón oscuro, observando el espectáculo. Lo atraparon
y llevaron a la comisaría. El policía a cargo obtuvo una declaración. El ladrón
dijo: “¡Sí! Fui a la casa a robar, pero no pude hacerlo”. Entonces relató detalladamente
la lucha entre las dos esposas, diciendo luego: “¡Señor! Puede castigarme por
allanar su morada, pero no me des el castigo de ese señor. Nunca me hagas el
marido de dos mujeres”. El policía soltó una fuerte carcajada.
La moraleja de la historia es que los sentidos, unidos a sus objetos,
son como las mujeres que luchan, y acosan al alma individual de muchas maneras.
La única causa es la obsesión con los objetos de los sentidos. Los sentidos, obsesionados,
cosechan dolor, mientras que los sentidos no excitados por los objetos sensoriales
cosechan pura felicidad. Por lo tanto, cualquier persona que desee alivio del
dolor y el logro de la felicidad eterna, debe liberar a sus propios sentidos de
la obsesión por los objetos sensoriales.
Āpadāṁ kathitaḥ panthā indriyāṇām-asaṁyamaḥ,
tajjayaḥ saṁpadāṁ mārgaḥ yeneṣṭaṁ tena gamyatāṁ.
“Los sentidos desenfrenados (es decir, el anhelo ardiente de placeres sensoriales)
son el camino a la desgracia, y el dominio sobre los sentidos (es decir, la
ausencia de deseo de placeres sensoriales) es el camino a la riqueza de la
felicidad. Ve por el camino de tu agrado”.
Es evidente que nuestros sentidos se ven atraídos por sus respectivos
objetos sensoriales, ya que se ven tentados por ellos. Si los objetos sensoriales
no tentaran a la gente, la gente no se sentiría atraída por ellos. Por lo
tanto, la tentación en sí es atracción. La tentación de los objetos sensoriales
es tan fuerte, que cuanto más disfrutamos, más somos tentados. Esto da lugar a
enfermedades, y los tormentos nunca menguan. Los sentidos nunca son satisfechos
por el disfrute de los objetos sensoriales. Consideremos el caso de la lengua.
La deliciosa comida de seis variedades de jugos que esta ramera ha consumido
podría llenar un gran silo, y aún así su hambre y sed sigue aumentando. Desea
comer no tres veces, sino diez veces al día. El órgano sexual también está tan
obsesionado por los objetos sexuales, que incluso después de la angustia acumulada
a lo largo de muchas vidas, no puede dejar de depender del placer sexual; por
el contrario, se entrega a él y quiere más. Cuando no lo recibe, se perturba.
Así como la llama del fuego del sacrificio es reavivada cuando se le ofrece ghi (mantequilla clarificada, una
oblación), la sed de placer sensual también es reavivada por el disfrute de los
objetos sensoriales.
La piel anhela el contacto físico con cónyuge e hijos; quiere ropa
bonita, una cama cómoda y cosméticos. Su obsesión por más lujos y objetos
aumenta. El Maestro Estómago siempre se estira para ser rellenado con todo tipo
de alimentos nutritivos, alimentos que pueden ser masticados, tragados y sorbidos.
Cuando recibe menos alimento anhela más. Si no recibe nada, entonces no duda en
gritar. Del mismo modo, los Dioses Orejas son aficionados a la música. Estas orejas
de kaliyuga se sienten atraídas por
la música obscena. La nariz se siente atraída por las fragancias. Los caprichosos
ojos nunca están satisfechos de correr detrás de formas bellas. Así, estos
órganos obsesionados e insaciables, tiran del alma individual hacia los objetos
sensoriales, y al igual que las muchas esposas de un marido, le acosan. Por lo
tanto, el gran maestro, Shankaracharya, dice:
Duḥkhī sadā ko? Viṣayānuragī,
ke śatravaḥ santi? Nijendriyāṇi.
“Un discípulo le preguntó a su Guru, “¡Maestro! En este mundo, ¿quién
está siempre angustiado?”. El Guru dijo: “El que se siente atraído por los
objetos sensoriales”. El discípulo preguntó: “¡Depósito de compasión! ¿Quiénes
son los enemigos de esta persona?” El Gurú contestó: “Los órganos sensoriales, que
son atraídos por los objetos sensoriales”.
El sabio real Manu dice:
Indriyāṇāṁ vicaratāṁ viṣaye-ṣvapahāriṣu,
Saṁyame yatnam-ātiṣthet vidvān yanteva vājināṁ.
“Controla los órganos sensoriales, que están obsesionados por los objetos
sensoriales y vagan en ellos con un alegre abandono. Una persona sensata debe
esforzarse mucho, tal como el conductor de caballos trabaja para controlarlos”.
La obsesión con los objetos sensoriales angustia a todas las criaturas.
Los escritores de las escrituras dicen,
Kuraṅga-mātaṅga-pataṅga-bhṛṅga-mīnāḥ
hatāḥ pañca-bhireva pañca,
ekaḥ pramādī sa kathaṁ na hanyate,
yaḥ sevate pañca-bhireva pañca.
“Mientras que los ciervos, elefantes, polillas, abejas y peces se autodestruyen
por su obsesión con solo uno de los cinco objetos sensoriales, ¿cómo es posible
que no sea destruido un libertino humano negligente, que está apegado a los
cinco? ¡Ciertamente, lo será!”.
A los ciervos los atrae mucho el sonido. Para atraparlos, los cazadores
de ciervos llevan a la selva instrumentos musicales, como flautas (instrumentos
de viento) o cítaras (instrumentos de cuerda), y tocan música hermosa.
Escuchando los hermosos sonidos, los ciervos van a donde están los cazadores,
tan intoxicados que son totalmente ajenos al peligro en el que están. Cuando
los cazadores los ven encantados y perdidos en su música, apuntan sus flechas y
los matan. Así, los ciervos son destruidos por el sonido solamente.
Los elefantes están muy apegados al tacto. Para atraparlos, los
cazadores de elefantes cavan un foso ancho y profundo, y lo cubren con una delicada
plataforma de bambú; lo rodean con hierba verde, y ponen en el lugar una falsa hembra
de elefante. Cuando un elefante macho, lujurioso, ve el señuelo, se olvida de
sí mismo a causa de su deseo por su tacto. Le hace perder el discernimiento
entre lo real y lo falso. Corriendo a su encuentro, pisa la delicada plataforma
de bambú, que se derrumba bajo su peso, y cae en la fosa. El hoyo es profundo; el
elefante queda atrapado y herido. Yace allí, sediento, hambriento y débil por
algunos días. Los cazadores lo sacan y esclavizan. Él es reducido a esta
difícil situación por su apego al objeto del tacto.
Las polillas son atraídas por la forma, un objeto visual. Cuando la
polilla ve la hermosa llama de una lámpara, se olvida de todo y vuela hacia la
llama, y queda hecha cenizas, aunque ha visto muchas polillas reducidas a
cenizas antes que ella, y sabe que si salta a la llama, también lo será. Su
atracción hacia la luz no le permite que este tipo de discernimiento la detenga.
Ve, pero hace la vista gorda, y cae en la misma situación en la que caen todas
las criaturas, tarde o temprano, por un motivo u otro. La obsesión con la forma
se convierte en la causa de la destrucción de la polilla.
Una abeja aprecia mucho la fragancia. Percibiendo las fragancias de todo
tipo de flores, finalmente aterriza en una flor de loto que emite una fragancia
embriagadora. La abeja está tan apegada a la fragancia que se sienta allí hasta
la puesta del sol, cuando el loto cierra sus pétalos. Sin aire, la abeja se
ahoga, y a pesar de que puede perforar la madera, no puede abrirse camino a
través de los delicados pétalos de loto. Esta es la esencia de la declaración
sánscrita Dārubheda-nipuṇo ’pi ṣaḍaghrir-niṣkriyo
bhavati paṅkaja-kośe, “Sentada en el interior de una flor de loto y sufriendo,
añora los buenos tiempos”. Un poeta dice:
Rātrir-gamiṣyati bhaviṣyati suprabhātaṁ,
bhāsvā-nudeṣyati hasiṣyati paṅkajaśrīḥ,
itthaṁ vicintayati padmagate dvirefe,
hā hanta hanta nalinīṁ gaja ujjahāra.
“Esta problemática noche pasará, ciertamente amanecerá un hermoso día, y
el sol saldrá de nuevo y estos lotos florecerán”. Mientras que la abeja piensa en
esto y se queda en el interior del loto, confiando en que vendrán tiempos
mejores, un elefante arranca el loto con la trompa y se lo come con la abeja
adentro. Los planes de la abeja permanecen solo a nivel mental, mientras su
vida llega a su fin”. Los seres humanos apegados al mundo se encuentran en la
misma situación. Sus planes no están cumplidos cuando la muerte toca su campana.
Llorando, deben dejarlo todo aquí e irse. Sus pretensiones no significan nada para
la Muerte, la Exterminadora del Universo. Sin siquiera quererlo, son forzados a
morirse.
Mientras que el triste aprieto de la abeja es el resultado de su apego
al olor, un pez tiene afinidad por los objetos del gusto. Para capturar peces,
la gente pone cebo al anzuelo en una línea de pesca. Un pez, olvidando todo lo
demás, muerde el cebo; el anzuelo se clava en su boca, y el pescador tira de la
línea. El pescado es sacado del agua y se asfixia. Así, un pez muere por su
apego al gusto.
Un solo placer sensorial puede causar la muerte y destrucción de las
criaturas ignorantes, ¿qué esperanza hay para un ser humano, que está
fuertemente apegado a placeres sensoriales de cinco clases? Si entendieran
estos males, no se dejarían atrapar por ellos. Sin embargo, a pesar de que los
seres humanos, que se consideran a sí mismos inteligentes y con discernimiento,
conocen lo malo de estar obsesionado con los objetos sensoriales, todavía son atrapados
por ellos y caen en condiciones deplorables. Es tan sorprendente como lamentable,
pero hay que guardar silencio y solo decir que el poder del obsesionamiento es
misterioso.
Como el sabio real Bhartruhari dice en el Vairāgya-Śataka:
Ajānan-māhātmyaṁ patati śalabho dīpa-dahane,
sa mīno ’pyajñānāt baḍiśayuta-maśnāti piśitaṁ.
vijānanto ’pyete vayamiha vipajjāla-jaṭilān,
na muñcāmaḥ kāmān, ahaha gahano moha-mahimā.
“La polilla salta a una llama y es reducida a cenizas, ya que no
entiende que la atractiva forma la destruirá. Si lo hubiera sabido de antemano,
nunca hubiera saltado. El pez toma el cebo, ya que no sabe que hay un anzuelo escondido.
Si lo hubiera sabido de antemano, nunca hubiera mordido. Pero míranos a
nosotros, los humanos. Sabemos que estos objetos, en última instancia, causan
angustia; entonces, ¿por qué no abandonamos nuestro deseo por ellos? La única
razón es el misterioso poder del obsesionamiento”.
Bhartruhari aconseja a su mente renunciar al obsesionamiento de los
objetos sensoriales:
Mohaṁ mārjayatā-mupārjaya ratiṁ candrārdha-cūḍāmaṇau,
cetaḥ! svarga-taraṅgiṇī-taṭabhuvā-māsaṅga-maṅgīkuru,
ko vā vīciṣu bud-budeṣu ca taḍillekhāsu ca strīṣu ca,
jvālāgreṣu ca pannageṣu ca sarid-vegeṣu ca pratyayaḥ.
“¡Oh mente! A través del discernimiento y el desapego, púrgate del obsesionamiento
con los objetos sensoriales. Reemplaza el obsesionamiento por la adoración del
compasivo Señor Shankara Mahadev, quien tiene a la joya suprema de la luna
creciente como adorno en la cabeza, quien ha sido adorado por grandes sabios y
santos. Para abandonar la ilusión y desarrollar amor, siéntate en tranquilo
reposo bajo los árboles en las orillas del Ganges. Y observa que las causas del
obsesionamiento, los cinco tipos de objetos sensoriales, aparecen y desaparecen
como olas. Son tan encantadores momentáneamente, como burbujas. Son temporales
como los relámpagos. Al igual que las puntas de las llamas, arden de inmediato.
Al igual que el veneno de las serpientes, causan la destrucción por la difusión
del veneno del obsesionamiento en el corazón. Al igual que los rápidos de un
río, son peligrosamente atractivos. Al igual que las mujeres, tientan y llevan
a los hombres a la destrucción final y la angustia. Por tanto, no me fío de
objetos sensoriales, que concedan felicidad y paz”. En las mujeres jóvenes y hermosas,
los cinco objetos sensoriales están disponibles simultáneamente. Pero no pongan
ninguna expectativa en que los cuerpos aparentemente bellos pero cambiantes te
den felicidad y paz. ¿Cómo puede la gente con discernimiento creer en los objetos
sensoriales, que están llenos de tentaciones de placer temporal? No lo hacen.
Ellos creen intensamente en el Señor Shankara, que es indestructible, lo más
atractivo, la fuente de la felicidad genuina, y auto luminoso. Permanecen siempre
felices en inconmensurable amor por él. El propio cuerpo es el resultado de los
tres gunas, y se comporta de acuerdo
con los tres gunas. En el propio
cuerpo, todos los objetos de los cinco sentidos también están disponibles al
mismo tiempo. Por lo tanto, el obsesionamiento con él, causa afecciones como el
dolor. Debido a la ignorancia, todas las criaturas tienen ego y apego por sus
propios cuerpos. A pesar de que los cuerpos son meros objetos, y no el Ser,
todas las criaturas equivocadamente consideran sus cuerpos como el Ser. Los cuerpos
causan obsesionamiento, y todas las criaturas están encantados por ellos. Es
por eso que el gran maestro Shankaracharya dice en su Viveka-cūḍāmaṇi:
Moha eva mahāmṛtyur-mumukṣor-vapurādiṣu,
mohaṁ vinirjito yena, sa mukti-pada-marhati.
Mohaṁ jahi mahāmṛtyuṁ deha-dāra-sutādiṣu,
yaṁ jitvā munayo yānti tadviṣṇoḥ paramaṁ padaṁ.
“En los sentidos y en el cuerpo, cualquier obsesionamiento que exista es
un callejón sin salida para quien desea la liberación. Aquel que ha conquistado
el obsesionamiento es apto para la liberación. Por lo tanto, debes abandonar la
obsesión que tienes con el cuerpo, cónyuge e hijos. Los grandes seres, que son
contemplativos y filosóficos, habiendo conquistado el obsesionamiento, alcanzan
el estado supremo de Vishnu”.
Debido al poderoso obsesionamiento con el cuerpo y sus acciones, la
gente sobreimpone casta y costumbres al Ser interior, que en sí es totalmente
libre de costumbres y leyes. Esta sobreimposición es tan fuerte que ni siquiera
las personas que con entusiasmo alaban las grandes verdades védicas parecen
estar libres de él. Los ascetas, que se consideran renunciantes del mundo y
libre de apegos, parecen tener un gran orgullo de su casta. Un asceta brahmin sopla
su cuerno, “Este es el cuerpo de un brahmin, brahmin”. Se considera a sí mismo
como superior a los demás, los mira con suficiencia. Un asceta no brahmin
permanece en silencio y mantiene un bajo perfil, como un ladrón. Tiene miedo de
que sus seguidores lo abandonen por su casta. En un lugar nuevo, se esfuerza
mucho con su plática y modales, para impresionar a la gente como alguien con
alta cuna, para que honren la grandeza de su cuerpo y le sigan. Esto se
convierte entonces su única meta. Todas estas malas actitudes son el resultado
de considerar el cuerpo como el Ser. Sin superar estas actitudes, incluso si
uno es muy competente en todas las Escrituras, de alta cuna, y comprometido con
los votos formal de renuncia, no se puede experimentar la supremamente pura propia
naturaleza, el Ser; no se puede trascender la dualidad y alcanzar la dicha de
la libertad. En la Maitreyu-upaniṣad
se dice:
Varṇā-śramācāra-yutā vimūḍhāḥ
karmā-nusāreṇa phalaṁ labhante,
varṇādi-dharmaṁ hi parityajantaḥ
svānanda-tṛptāḥ puruṣā bhavanti.
“Las personas que se sienten orgullosas de su casta, condición o
comportamiento, no han entendido, sino que son los más ignorantes. Por lo
tanto, nunca pueden liberarse de los grilletes de sus acciones, tienen que
experimentar los frutos de sus acciones. Aquellos seres santos que renuncian al
orgullo de sus castas y costumbres a través del discernimiento y el desapego,
se consuman en la más pura dicha de su propio Ser”.
La joya suprema de todos los seres extáticos, Shri Shukadevji, inspiró
al rey Parikshit a escuchar el Bhagawat
con la garantía de que al final de una semana de escucharlo con fe y concentración,
Parikshit estaría libre de temor a la muerte. Pero después de seis días de
escuchar al Bhāgawat, Parikshit ni se
había liberado del miedo a la muerte, ni había experimentado el intrépido,
dichoso, estado no dual de Brahman. Entonces dijo a Shri Shukadev con gran
humildad:
—¡Señor! He
pasado seis días escuchando el Bhagawat.
Solo queda un día. Pero aún no he perdido el miedo.
Cuando una persona enferma, a quien su médico experto y honesto le ha
asegurado que la medicación lo liberará de la enfermedad en siete días, observa
que no obtuvo ningún alivio después de seis días, se desilusiona al saber que solo
resta un día. Del mismo modo, el rey Parikshit estaba desilusionado. Pensó: “Durante
seis días, la receta no ha tenido ningún efecto, ¿cómo puedo estar seguro de
que va a tener efecto el próximo día?”
El venerado Shri Shukadevji, que no tenía deseos, escuchó el comentario
desanimado del rey, y vio su rostro preocupado. Para ejemplificar su punto, le
dijo al rey Parikshit que no se puede perder el miedo hasta no renunciar a la
identificación con el cuerpo:
—¡Oh rey!
Escucha una parábola que sin duda le quitará la desilusión y ansiedad.
Comprendiendo el punto correctamente y empapándote en él, ciertamente alcanzarás
el estado intrépido de la libertad, el Ser:
Hubo un gran emperador. Era muy valiente, y un guerrero victorioso. También
era muy religioso, y solo hablaba la verdad. Un día fue a caballo con su
séquito a cazar a un bosque. Aunque persiguió un ciervo por kilómetros, no pudo
capturarlo. Dejando atrás a todos sus compañeros, entró en un bosque salvaje y se
perdió. Pronto llegó el anochecer. Se preocupó por su seguridad, ya que los
tigres, leones y demás animales salvajes feroces pronto comenzarían sus paseos
nocturnos. No había ningún refugio a la vista. ¿Qué podía hacer? Por suerte,
pronto encontró una choza. Cabalgó hacia ella, y vio un paria sentado en la
puerta. La cabaña estaba muy sucia. A un lado había un montón de orina y heces,
y al otro lado montones de carne, huesos, sangre y piel. Pululaban las moscas y
el hedor era insoportable; aún así, el rey dijo al paria que quería pasar la
noche en su cabaña. Le pidió al hombre que lo dejara quedarse, para estar a
salvo de las fieras feroces. El paria respondió con gran respeto y humildad:
—Aunque
debes estar acostumbrado a vivir en palacios lujosos y no encontrarás adecuada
esta choza sucia, no hay lugar más seguro cerca. Así que eres bienvenido para
pasar la noche, pero debes dejar este lugar sucio al amanecer y regresar a tu
palacio. No debes permanecer aquí después del amanecer.
El rey muy resueltamente dijo:
—Voy a dejar
el lugar antes de que salga el sol. ¿Cómo puede un emperador, acostumbrado a
vivir en palacios, permanecer en un lugar tan sucio, excepto en caso de
emergencia? No te preocupes. Voy a pasar la noche aquí y ni un minuto más.
Ante esa respuesta, el paria permitió al rey permanecer en su choza.
Pasó la noche. Llegó el amanecer. Observando que el rey aún no estaba a
punto de irse, el paria dijo:
—¡Señor!
Ya es hora de que te vayas y regreses a tu hermoso reino.
El rey se había acomodado y dormía, por lo que las palabras del paria no
lo despertaron rápidamente. Bostezando y frotándose los ojos, el rey,
somnoliento, dijo:
—¿Cuál es
la prisa? Puedo ver que ya es de mañana, pero estoy muy cómodo como para levantarme
en este momento. Cuando me levante, me iré.
El paria pensó que el rey debía estar muy cansado y que se iría cuando estuviera
más descansado. Pronto llegó la tarde, y el rey seguía sin prisa para irse. El
paria le recordó:
—¡Señor! Me
has dicho que te irías al amanecer; ahora es de tarde, y hace mucho calor. Por
favor, vete ahora; eres un gran rey, un emperador que reina sobre muchos otros
reyes. Esta choza sucia no es adecuada en absoluto para tu estancia. Déjala.
Vuelve a tu reino antes de que termine el día.
Estas palabras del paria no movilizaron al rey, que todavía no estaba
listo para partir. Mirando enojado y con voz firme, el rey replicó:
—Me iré cuando
me dé la gana. ¿Quién eres tú para decirme que me vaya? ¡Te lo advierto! No me lo
digas más.
Su voz amenazante dio miedo al descastado, que se quedó en silencio en
un rincón.
Llegó el atardecer y luego la noche. El rey aun descansaba cómodamente
sin ningún tipo de preocupación. Al día siguiente, vacilante, el paria se
acercó al rey y le dijo:
—¡Maharaj!
Piensa en tu hermosa mansión, lujosa; deja el apego a esta choza sucia vacía.
En vez de complacerse con las palabras benévolas del paria, el rey obsesionado
frunció el ceño y le dijo enojado:
—Te prohíbo
que me pidas que me vaya. ¿Por qué me molestas? No me iré. Esta cabaña es mía.
Es de mi propiedad ahora. Si me dices de nuevo que me vaya, voy a darte una
paliza con un palo.
El emperador, que pertenecía a la familia de Ikṣvāku y a la raza solar
de Ayodhya, la misma raza guerrera a la que pertenecía el Señor Rama, no cedió ante
el consejo beneficioso del humilde paria. Estaba apegado al lugar, y así
permaneció allí mes tras mes, año tras año. Comenzó a ver pureza en esa pocilga,
y a encontrar la suciedad muy atractiva. Se olvidó de su mansión grande y
opulenta. Incluso después de muchos recordatorios, se olvidó de volver.
Luego, con gran curiosidad, el rey Parikshit preguntó a Shukadev:
—¿Quién
era aquel rey insensato, que no dejó la choza sucia del paria, la reclamó como
propia por la fuerza, y se quedó allí? ¡No me dijiste su nombre!
Shukadevji inmediatamente respondió:
—Ese rey
tonto no era otro que tú. Tú eres ese rey. Estás sentado en la cabaña del paria
y te niegas a salir.
—¡Señor! Dices
que ese rey tonto soy yo. ¿Cuándo me quedé en la cabaña del paria? Estoy intrigado,
¡quiero saberlo!
Shri Shukadevji sonrió y dijo:
—¡Oh rey!
¿Por qué habría de sorprenderte? Este cuerpo es la sucia choza del paria. Te
identificas con él, no dejas tu obsesionamiento y apego, no recuerdas tu morada
verdadera, eterna, pura, iluminada, liberada, de naturaleza esencial,
individual, no dual, perfectamente dichosa, que es la morada del Ser; es
elegante, como una mansión. No estás tratando en absoluto de llegar al Ser. Vas
a yacer en esa morada solo cuando renuncies a tu adicción obsesiva por la despreciable
y sucia cabaña que es tu cuerpo, y abandones tu identificación y reclamos sobre
él. Solo entonces podrás yacer en tu naturaleza esencial y volverte intrépido.
Este cuerpo es claramente impuro, una bolsa de orina y heces, como la sucia choza
del paria.
El venerado maestro Shankaracharya dice:
Tvaṅg-māṅsa-rudhira-snāyu-medo-majjā ’sthi-saṅkulaṁ,
pūrṇaṁ mūtra-purīṣābhyāṁ sthūlaṁ nindya-midaṁ vapuḥ.
“Este cuerpo denso, que es una colección de piel, carne, sangre,
músculos, grasa, médula y huesos, y está lleno de heces y orina, es
extremadamente despreciable”.
Su impureza se desprende de muchos otros hechos. En el comentario de
Vyasa en las escrituras del yoga está escrito:
Sthānā-dbijā-dupaṣṭaṁbhāt, nisyandān-nidhanādapi,
kāyamādheya-śaucatvāt, paṇḍitāḥ hyaśuciṁ viduḥ.
“Este cuerpo es producido en el estómago insalubre (la matriz) de la
madre. Sus semillas originarias son el óvulo de la madre y el semen del padre.
Son ciertamente impuros, ya que las escrituras recomiendan lavarse a fondo,
incluyendo la ropa, si se entra en contacto con ellos. El cuerpo está hecho de carne,
sangre, grasa, fluidos, etc., que hacen que parezca robusto y fresco; sin
embargo, sus componentes son malolientes y sucios. De la nariz, la boca, el ano
y otros orificios, constantemente supuran cosas malolientes, asquerosas y pegajosas.
Cuando la fuerza de la vida se va, la naturaleza impura del cuerpo se hace aún
más evidente. Nadie quiere mirarlo nunca más. Incluso la gente que solía amarlo,
le tapa los ojos y las fosas nasales. Limpiarlo con agua y jabón es solo
superficial. Para el ignorante, el cuerpo puede lucir limpio cuando está
vestido de gala, pero nunca lo está realmente; siempre permanece impuro, al
igual que un montón de jabón y agua pura no pueden blanquear al carbón. Así,
los grandes seres con discernimiento, reflexivos y prudentes, siempre consideran
al cuerpo como impuro. Nunca piensan que el cuerpo es disfrutable, nunca se apegan
a él ni se sienten sus dueños, y no crean ningún tipo de identificación con él”.
El sabio continuó:
—¡Oh, rey
Parikshit! Sal de este cuerpo sucio, renuncia a identificarte con él y sentirte
su dueño. No eres él. No es tuyo. Eres imperecedero, mientras que el cuerpo es
perecedero. Eres consciente, mientras que él es inerte. Claramente tiene principio
y final, pero no se puede probar que tú también lo tengas. Tú eres grande,
puro, perfecto, infinito. Nunca pienses que tú eres este cuerpo sucio y despreciable.
Si no eres el cuerpo, después de su muerte, ¿cómo podrías morir? Nunca morirás.
Eres sin vejez, sin muerte. Nadie puede hacerte daño. Eres la muerte de la
muerte, eres inmortal. Eres espíritu, no carne. Eres Shiva, no shava (cadáver). Eres el vidente, no lo
visto.
Shri Shukadevji resume su consejo al rey Parikshit de la misma manera en
que al final del capítulo doce del Bhagawat,
el Señor Shrikrishna aconseja a Arjuna, Sarvadharmān
parityajya māmekaṁ śaraṇaṁ vraja (Gītā
18,66), “Abandona todos los caminos espirituales, y toma refugio solo en Mí”. Dice:
Tvaṁ tu rājan! mariṣyeti, paśubuddhi-mimāṁ jahi,
na jātaḥ prāga-bhūto ’dya deha-vattvaṁ na naṅkṣyasi.
na bhaviṣyasi bhūtvā tvaṁ, putra-pautrādi-rūpavān,
bījāṅkura-vaddehā-dervyatirikto yathā ’nalaḥ.
svapne yathā śiraścḥedaṁ, pañcatvā-dyātmanaḥ svayaṁ,
yasmāt-paśyati dehasya tata ātmā hyajo ’maraḥ.
ghaṭe bhinne yathā ’’kāśa ākāśaḥ syādyathā purā,
evaṁ dehe mṛte jīvo braḥma sampadyate punaḥ (Bhāgawat
12,5,2-3-4-5).
“¡Oh Rey! Abandona el instinto animal que vas a morir. Abandona sentimientos
como de una criatura, como ‘yo soy este cuerpo’, ‘la naturaleza del cuerpo de
nacer y morir es mi naturaleza’. No es cierto que, al igual que el cuerpo, tú
no existías al principio, y luego comenzaste a existir. Es el cuerpo el que no
existía y fue creado luego; tú no eres así. Tú existías en el principio. Es por
eso que nunca has sido creado. Por lo tanto, tampoco serás destruido. Solo puede
ser destruido aquello que antes ha sido creado; el cuerpo es así, no el Ser. El
Ser es sin nacimiento, es imperecedero. Tú eres el Ser. A diferencia de una
semilla que produce un brote y el brote produce una semilla, no has sido
producido y luego ser reproducido en tus hijos y nietos. Al igual que un brote
de una semilla, un cuerpo es producido a partir de un cuerpo, pero no el Ser.
Así como el fuego que impregna la madera es completamente diferente de ella, tú,
a pesar de impregnar el cuerpo, eres completamente diferente de él; eres sin
apegos, inmaculado, sin modificaciones, el gran Ser. Al igual que el Ser es
testigo de cómo el cuerpo es decapitado en un sueño, de la misma forma, en el
estado de vigilia, es testigo del nacimiento y la muerte del cuerpo. El Ser es
sin nacimiento y la muerte. El cuerpo y sus diversos estados son lo que se ve,
mientras que el Ser es el que ve. El vidente es diferente de lo visto, y nunca es
reducido a ello. Así como al romperse una jarra, el espacio dentro de ella se
vuelve uno con el gran espacio, tal como era antes; después de la muerte del
cuerpo, el Ser individual nuevamente se vuelve uno con Brahman, el Ser
Universal. Fue el mismo Brahman antes, pero debido a la ignorancia y la
ilusión, el Ser se consideraba a sí mismo como un pobre individuo débil, como
un cuerpo sujeto al nacimiento y a la muerte. Cuando el conocimiento elimina la
ignorancia, el engaño y los atributos del cuerpo, se vuelve Brahman, su
naturaleza esencial”.
Sin contemplar esta gran verdad, nadie puede librarse del
obsesionamiento por lo falso. Por lo tanto, Shri Shukadevji le dijo:
Evamātmāna-mātmastha-mātma-naivā-mṛśa prabho!
buddhyā ’numāna-garbhiṇyā vāsudevā-nucintayā.
ahaṁ brahma paraṁ dhāma, braḥmā-haṁ paramaṁ padaṁ,
evaṁ samīkṣann-ātmāna-mātmanyā-dhāya niṣkale.
daśantaṁ takṣakaṁ pāde lelihānaṁ viṣānanaiḥ,
na drakṣyasi śarīrarṅ ca viśvaṁ ca pṛthagātmanaḥ (Bhāgawat
12,5,9-11-12).
“Por lo tanto, ¡oh rey!, debes cultivar el estado que siempre contempla al
Señor Vāsudev, el Ser Universal, sin divisiones; que cuenta con el
entendimiento del vidente y lo visto a través del razonamiento positivo y
negativo; quien piensa sin cesar con intelecto claro y concentrado en el Ser Interior
que reside en los atributos del cuerpo y la mente. “Lo que Yo soy es el más elevado
estado del mismo Brahman, y lo que el más elevado estado de Brahman es, Yo
mismo soy”. De esta manera, contemplando a Brahman constante e intensamente,
establece tu ser individual en el Ser Supremo indivisible. Entonces no verás
ninguna diferencia entre la venenosa serpiente Takṣaka[1]
que mordió tus piernas, el Ser Interno, y el universo entero”.
Habiendo embebido la instrucción final de Shri Shukadevji con fe y concentración,
el rey Parikshit renunció a su identificación con el cuerpo despreciable, y se
estableció en el estado de Brahman. Intrépido, dijo:
Bhagavaṅ-stakṣakādibhyo mṛtyubhyo na bibhemyahaṁ,
praviṣṭo braḥma-nirvāṇa-mabhayaṁ darśitaṁ tvayā.
anujānīhi māṁ braḥman! vācaṁ yacchā-myadhokṣaje,
mukta-kāmā-śayaṁ cetaḥ praveśya visṛjāmyasūn.
ajñānaṁ ca nirastaṁ me jñāna-vijñāna-niṣṭhayā,
bhavatā darṣitaṁ kṣemaṁ paraṁ bhagavataḥ padaṁ (Bhāgawat
12,6,5-6-7).
“¡Oh Señor! Definitivamente, me has mostrado el lugar de la intrepidez,
por medio de la cual he entrado en el estado final, Brahman, la liberación.
Ahora no tengo absolutamente ningún miedo de Takṣaka o cualquier otro mensajero
de la muerte. ¡Oh Brahman! Dame tu permiso. Quiero entrar en el silencio. Me
gustaría dejar este cuerpo y fusionar mi mente sin deseos en el Señor Vishnu, quien
no es diferente del universo, y es mi naturaleza. Por tu gracia, me has establecido
en el conocimiento directo e indirecto, eliminado mi ignorancia, y me has
mostrado la naturaleza más benevolente del Señor”.
En Gujarat y otros lugares en la India la gente permanece una semana
leyendo el Bhagawat. Pero el pandit
que lee la escritura solo lee las historias, casi nunca explica cada historia,
ni los oyentes demuestran curiosidad en ello. Las historias no están escritas para
la historia misma sino para dilucidar la esencia. Aquellos deseosos de
conocimiento y liberación encontrarán el Bhagawat
lleno de la hermosa esencia de la espiritualidad, pero son pocos aquellos listos
para probarla, equipados con las prácticas espirituales en condiciones.
En la decimotercera estrofa en la que se basa esta disertación, el Señor
Shrikrishna da su conocimiento a Arjuna: “Hasta que la gente rompa su relación
y renuncie a su obsesión con el cuerpo y los objetos sensoriales, cuya
naturaleza es de los tres gunas y que
están llenos de ellas, nunca conocerán Mi verdadera naturaleza”. Mohitaṁ nābhijānāti (la primera parte de
la segunda línea de la estrofa) se puede traducir como Moharahitaṁ jagat māmabhi-jānāti, “El mundo (es decir, las personas),
libres de obsesionamiento, Me comprenden, al Señor, correctamente”. El único
impedimento poderoso de obtener el conocimiento directo del Principio Divino es
el obsesionamiento. Sin eliminarlo, por medio del discernimiento y el desapego,
nadie puede establecerse en el conocimiento directo del Principio. Hariḥ Om Tatsat.
[1]
El Bhagawat es una obra épica narrada por el sabio Shuka al rey Parīkṣit,
que fue mordido por la serpiente Takṣaka y tenía solo una semana de vida.
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